Los leones y la carne humana
La ciencia siempre acaba con los mitos y leyendas. Ahora les ha tocado a los leones de Tsavo. Los llamaban Fantasma y Oscuridad y durante nueve meses de 1898 sembraron el terror entre los trabajadores del ferrocarril que se construía en Kenia, concretamente en la zona del puente sobre el río Tsavo. Las obras tuvieron que interrumpirse, ya que los felinos se aficionaron a devorar por las noches a los trabajadores collies, de procedencia hindú, que descansaban en el campamento. El coronel John Patterson, el ingeniero militar que proyectó el puente y dirigía su construcción, calculó que los leones se habían comido a 135 trabajadores. La ciencia ahora lo ha desmentido: sólo fueron 34.
El estudio lo han realizado científicos de Estados Unidos y Reino Unido y sus conclusiones se han publicado en la revista PNAS. Fantasma y Oscuridad llegaron a alcanzar tal fama que, una vez abatidos por Patterson, fueron disecados y trasladados al Museo Field de Chicago, donde sus pelos, sus dientes y sus huesos han servido ahora para que los investigadores busquen isótopos de carbono y nitrógeno, colágeno y queratina y, una vez hechas las filigranas, pruebas y comparaciones necesarias, establezcan sus conclusiones. Por ejemplo, que esos leones se aficionaron a la carne humana porque tenían problemas de dentadura y buscaron las presas más fáciles.
De la ciencia decía en uno de sus aforismos el filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila que es "lo que no llega a la intimidad de nada". El coronel Patterson se obsesionó con aquellas fieras, y las persiguió de manera incansable hasta que por fin pudo liquidarlas en diciembre de aquel aciago año.
Cuando encontró la cueva donde se escondían quedó horrorizado por la inmensa cantidad de huesos que había allí. Debió contar entonces que los leones se habían comido a 135 de sus hombres. Los murmullos de la noche africana, el pánico de los trabajadores en las tiendas, las pisadas de los leones hambrientos: es a esa intimidad, que tan bien le va al cine (hay dos películas sobre esta historia) y a la literatura, a la que no llega la ciencia. Ni tampoco la burocracia. En 1898, la compañía ferroviaria de Uganda sólo documentó 24 víctimas.
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