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Reportaje:SINGULAR | Pablo Palazón, director de cine

El hombre que anda marcha atrás

A este publicista metido a cineasta le ha llevado cinco años finalizar su ópera prima

Patricia Ortega Dolz

A Pablo Palazón (Buenos Aires, 1969) sólo le falta andar como los cangrejos. O quizá ni eso. Qué pensaría usted de un tipo que empezó el guión de una película -un hombre quiere batir un récord Guinness yendo de Madrid a Ávila marcha atrás- el mismo día que salió "hasta las narices" de su despacho en una empresa de publicidad ubicada en Madrid y dijo algo así como: "Me voy a casa marcha atrás".

Un tipo al que le ha llevado cinco años conseguir terminar su película (Shevernatze) y que, cuando finalmente lo ha conseguido ha salido con una sola copia en el cine Luchana (ahora ya dos copias porque la semana que viene estará también en los cines UGC Cine Cite de Getafe).

Un tipo que usa como oficina la sala de la máquina de café de una empresa en un edificio del centro de la capital: "A cambio les hacemos algún trabajillo". Un tipo, este Palazón, que para titular su película se inventó una palabra que "sonaba bien" y le dio forma de psicofonía en su cinta.

"Nadie arriesga en el cine, todos viven cómodamente con las subvenciones"

Un publicista de 40 años que juega al paint ball con los colegas del curro y que llegó a tener un crédito con el banco de 1.200 euros mensuales para poder pagar los 250.000 que pidió de préstamo y que se pulió en la película (que costó 300.000).

Qué pensaría usted de alguien que, por un accidente diplomático del tamaño de un padre, nació en Buenos Aires, vivió su infancia en el barrio de Somosaguas, su adolescencia en Ginebra (Suiza), su juventud en Montevideo (Uruguay), y su madurez en Madrid, de donde no piensa moverse ya (o eso dice).

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Palazón vive y ha vivido bajo la teoría de que para avanzar no siempre se tiene que ir hacia adelante, que es exactamente la tesis de Shevernatze. La teoría funcionó hasta que se puso a hacer ese corto que ha terminando siendo un largo. Y, de pronto vio que ni para atrás ni para adelante.

Pidió todas las subvenciones posibles y no consiguió que le dieran ninguna (tampoco ninguna explicación). Y se paseó por todas las productoras de Madrid y no logró que ninguna se interesara por producirle la película. Y, una vez rodada, se recorrió todas las salas de postproducción (eso sí, en los huecos que tenían libres y gracias a unos y otros colegas). Y, ya con la cinta montada, sólo quedaba sacarla y no encontró distribuidor. Desesperado se lanzó (literalmente) a los brazos de José Luis Cuerda, un día que se lo encontró por la calle. Y a los del productor José Alberto Sánchez. Y logró hacer el suficiente ruido como para que Guillermo y Javier Fesser (Gomaespuma) le publicitaran la película. El pasado fin de semana la vieron 600 personas.

"Ha sido mi primera y probablemente mi última película", dice. "El cine está tan protegido en este país que nadie asume riesgos porque la gente está cómoda viviendo de las subvenciones, es como jugar un partido de fútbol en un equipo que, incluso jugando mal, nunca recurre al banquillo". Desencantado y decepcionado con la industria cinematográfica española, ni siquiera ha batido un récord porque, hoy por hoy, se cuenta por decenas las películas españolas subvencionadas que jamás han visto la luz de la pantalla de un cine.

Pablo Palazón, en la terraza de su oficina (la sala de la máquina de café de una empresa), el pasado martes.
Pablo Palazón, en la terraza de su oficina (la sala de la máquina de café de una empresa), el pasado martes.CARLOS ROSILLO

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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