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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El último mohicano adolescente

Después de ver Petit indi, uno puede llegar a la conclusión de que esa entelequia que llamamos cine español suele ser, por lo general, bastante rácana en el suministro de esa materia que debería justificar su existencia. Una materia que es, precisamente, la que integra, sin aditivos, la composición química de la última película de Marc Recha: precisamente... el cine, entendido en la acepción más exigente del término. Petit indi tiene mucho cine dentro: es un trabajo tan consciente de los orígenes del medio -su capacidad para capturar una imagen esencial y reveladora, su condición de discurso abierto a la intromisión del azar- como de las exigencias que la contemporaneidad coloca en su camino -el reflejo de una realidad en incesante movimiento, la necesaria revisión de mitologías para la fundación de nuevos imaginarios ajustados al presente...-. Es un islote de cine en un océano de rancho audiovisual: por fortuna, Recha no está solo, pero su modelo -toda una garantía de universalidad sin renuncias identitarias- está condenado a ocupar territorios cada vez más marginales en un cine español que sólo contempla la excelencia y el desafío como anomalía o efecto secundario.

PETIT INDI

Dirección: Marc Recha.

Intérpretes: Marc Soto, Eulàlia Ramon, Eduardo Noriega, Sergi López.

Género: drama. España, 2009.

Duración: 90 minutos.

El filme es un islote de cine en un océano de rancho audiovisual

Petit indi es, al mismo tiempo, fábula, relato de iniciación y western invertido, relato fronterizo cuyos protagonistas no son colonos de un territorio virgen, sino los últimos mohicanos en los intersticios de un paisaje de la conformidad. A ratos, parece que Recha haya querido hacer su particular relectura de El despertar (1946) sobre un tablero en el que pervive, como un eco que no condiciona la opción estilística del resultado final, el recuerdo de los nuevos imaginarios de lo marginal propuestos por el cine de los Dardenne. El cineasta parece concentrar buena parte de sus esfuerzos en la ampliación del alcance comunicativo de su cine y, también, en el desarrollo de un personalísimo sentido del espectáculo. En su estrategia sobrevive cierto factor Flaherty aplicado a la ficción: lo que ocurre en la pantalla parece genuina destilación de una relación estrecha con los paisajes y con las tipologías humanas que los habitan.

La ensimismada elocuencia del adolescente Marc Soto es uno de los mayores efectivos de esta historia sobre el fin de la inocencia. Eulàlia Ramon, Sergi López, Eduardo Noriega y Pere Subirana alcanzan una extraña armonía al dar verosimilitud al entorno familiar del protagonista. Que un ambiente hasta ahora tan impermeable a la mítica cinematográfica como los campeonatos de canto de jilgueros dé pie en Petit indi a inéditas modalidades de épica permite medir la grata singularidad de este trabajo.

Marc Soto en <i>Petit indi,</i> con Eulàlia Ramon, a la izquierda, y Eduardo Noriega al fondo.
Marc Soto en Petit indi, con Eulàlia Ramon, a la izquierda, y Eduardo Noriega al fondo.

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