_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La culpa

En el protestantismo la relación del creyente con Dios se desarrolla de forma íntima y personal; por el contrario, en el catolicismo ese contacto se establece siempre a través de un intermediario ineludible, que es el cura. Si el protestante comete un grave pecado, la culpa y el perdón se convertirán en una neurosis instalada en su nuca como la mordedura de la serpiente hasta la muerte; en cambio un católico puede matar, robar, violar y seguir llevando tan campante una vida de crápula, porque si en plena agonía un cura le absuelve, será recibido en reino de los cielos por un coro de ángeles como si no hubiera pasado nada. Por eso el cura católico es un auténtico momio, que hay que tener siempre a mano como una garantía de salvación. Si esta situación religiosa particular se traslada a la vida pública, la actitud frente a la corrupción política también es distinta según se trate de un país católico o luterano. El control del presupuesto del Estado es el origen de la democracia, adoptada como un sistema de derechos y al mismo tiempo de una mutua sospecha de la debilidad humana. La democracia es una máquina de sacar basura a la superficie mediante la libertad de expresión. No hay que escandalizarse. Sólo hay que felicitarse si las bombas de achique funcionan. El luterano es consciente de que el ser humano tiene la mano muy larga y tarde o temprano intentará meterla en la caja, de modo que hay que organizar el presupuesto de forma que sea extremadamente difícil robar. Cualquier político en el poder tiene siempre a dos adversarios enfrente vigilando el dinero público. Si te pillan, caerás fulminado, quedarás aniquilado para siempre y después allá te las entiendas con Dios. No sucede lo mismo en un país católico, donde el ciudadano tiene la íntima convicción, nacida de mil años de confesionario, de que cualquier tropelía puede ser perdonada con una mínima penitencia. Ahora mismo en la católica España campan por la vida pública, como muertos vivientes, unos políticos abrasados por la corrupción, que esperan ser absueltos por las urnas para volver al gobierno entre aplausos, como el cura católico que en plena agonía confiesa al creyente de cualquier crimen para que pueda entrar en el cielo con un jamón en la mano.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_