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Columna
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Teorías de la conspiración

¿Quién no tiene un conocido que se apunta a cualquier teoría de la conspiración que circula por ahí? Se trata, sin duda, de un rasgo de personalidad de lo más peculiar, una sospecha permanente de toda explicación oficial, generalizada o bien fundada sobre una situación dada. La idea básica es que las autoridades, sean las que sean, siempre nos quieren engañar y que, por tanto, cualquier teoría contraria a la que ellas mantengan será más cierta, por muy disparatada que sea. Es probable que hayamos oído a alguien afirmar, poniendo cara de listo, que el sida (ahora también la gripe A) es un invento de las industrias farmacéuticas; que ciertas manos negras controlan todo el tejemaneje mundial y que, por supuesto, los gobiernos de todo el planeta no son más que títeres a su servicio; que el 11-S tal vez fuera perpetrado por Al Qaeda, o no, pero que en todo caso habría sido perfectamente consentido, o incluso posiblemente planeado y orquestado, por la Casa Blanca, supuestamente el principal beneficiario de la matanza, etc., etc.

Estos amantes de las teorías de la conspiración gustan de sentar sus procelosos argumentos en la gran pregunta que guía a todo espíritu detectivesco: Quid prodest? Es decir, ¿quién se beneficia? Ése es el hilo del que creen tirar hasta desovillar completamente el entuerto, aunque las pruebas que aportan para sostener sus teorías suelan ser endebles y fortuitas, aptas únicamente para almas previamente entregadas a la causa.

Nunca olvidaré mi pasmo ante la explicación que me dio hace años una alumna sobre el fenómeno etarra. Según me confesó, ella y otros amigos suyos veían claramente que quien se beneficiaba de ETA, quien le sacaba verdadero rédito político ("a pesar de las víctimas ocasionales") y no quería acabar con ella, era el Gobierno (en aquel momento, el de Aznar); así que éste debía de estar detrás. "¿Me estás diciendo que crees que el jefe de ETA es Aznar?", le pregunté estupefacta. "Bueno, tan directo no será, pero seguro que él lo maneja de alguna manera...".

Sin llegar a tales extremos, los ecos deslavazados de la teoría de la conspiración siguen siempre vigentes entre nosotros. Lo decía Joseba Egibar hace unos días: quien ha ordenado la detención de los miembros de la izquierda abertzale, "no quiere la desaparición de ETA, y eso es lo que concluye mucha gente". La poca enjundia y credibilidad que los sectores nacionalistas otorgan al auto del juez Garzón es una clara muestra de ello. No deja de impresionarme, por ejemplo, que cuatro días después de que se hiciera público dicho auto, que entre otras cosas mostraba que ETA pensaba también valerse de las siglas de EA para sus propósitos, esta organización no haya hecho ninguna declaración ni emitido ningún comunicado defendiendo su independencia frente a la voluntad de la banda...

Y supongo que así podríamos seguir, ad infinitum. Quid prodest?

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