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Tony Blair no debe presidir Europa

Emilio Menéndez del Valle

La presidencia permanente del Consejo Europeo, que nacerá al entrar en vigor el Tratado de Lisboa, constituye (por su impacto en el funcionamiento y en la racionalización de la Unión Europea) una de las innovaciones más significativas del mismo.

Al parecer, el Consejo Europeo convocado para el 29 de octubre pretende consensuar el nombre del primer presidente permanente. Son varios los aspirantes.

En mi opinión, un puesto de tal envergadura ha de ser inaugurado por un político que se identifique plenamente con los valores europeístas y el proyecto de construcción europea. Un impulsor de ese proyecto y valores, no alguien supuestamente convertido a la eurofilia de la noche a la mañana. Además, no debería ser británico. En suma, no debería ser Tony Blair.

No es de fiar. Ha perdido en ocasiones trascendentales el sentido de la realidad

¿Por qué no debe ser un británico? Por las siguientes razones. El Reino Unido no pertenece -por voluntad propia- al euro, moneda común europea, ni a Schengen, el espacio de cooperación intraeuropeo donde está garantizado el libre movimiento de personas, una vez superada la frontera común exterior de la Unión. Ambos son hitos del proyecto integrador europeo, por el que, obviamente, Londres no muestra entusiasmo alguno.

El Reino Unido es asimismo maestro del llamado opt-out, esto es, la exigencia de ser excluida de la norma comunitaria en beneficio propio en asuntos concretos (por ejemplo, sociales o presupuestarios). Su maestría ha ayudado a graduar en estas lides a algún que otro recalcitrante, por ejemplo, Polonia o Irlanda, posiblemente Chequia.

Sabido es que Londres ha elevado a los altares la denominada relación transatlántica con los Estados Unidos (que ha beneficiado especialmente a éstos, desde la guerra de las Malvinas con Reagan, a la de Irak con Bush hijo).

Aunque este desapego británico del modelo europeísta sea lamentado por muchos de nosotros, tiene todo el derecho soberano a cultivarlo. Distinto es que se le premie con la presidencia permanente del Consejo.

Más allá de la nacionalidad, vayamos a la personalidad. ¿Por qué no debe ser Tony Blair? No es de fiar. Desfiguró la realidad y no se atuvo a la verdad al sostener que Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva. Igual que Bush y Aznar. ¿Qué garantías existen de que no se comportaría de similar manera en una situación trascendental para la Unión? Para actuar con rigor, interna y externamente, la UE necesita un presidente fiable.

Tony Blair ha perdido en ocasiones trascendentales el sentido de la realidad, en especial en los temas de Oriente Próximo. Lo perdió con ocasión de la agresión a Irak cuando (convencido de que la "especial relación" transatlántica le propiciaría el éxito) intentó persuadir a Bush de que acabar con Sadam Husein tenía que simultanearse con la solución del conflicto israelo-palestino.

Y lo ha vuelto a perder más recientemente. En concreto, el 8 de abril pasado, cuando declaró a Time que estaba convencido de que el recién estrenado primer ministro y halcón israelí, Netanyahu, podría ser no una maldición (como ha quedado suficientemente demostrado) sino una bendición para el proceso de paz.

Ahora resulta que, para algunos, Tony Blair es un ferviente partidario de la Unión Europea. Recordemos, empero, que cuando inició su gobierno afirmó que "pondría al Reino Unido en el corazón de Europa", para acabar depositándolo en la orilla. Que se valió de un doble rasero, cuando, ante el Parlamento Europeo, hizo un brillante discurso europeísta, algo que olvidó semanas más tarde en Inglaterra al dirigirse a la conferencia laborista.

Éstos son argumentos de fondo a la hora de considerar la designación del primer presidente del Consejo Europeo.

Permítaseme ahora comentar algo referente a la forma. Tras el fracaso del Tratado Constitucional de la UE a causa del rechazo de franceses y holandeses, los líderes europeos prometieron insuflar mayor democracia a la Unión y propiciar el acercamiento a los ciudadanos, la mayoría de los cuales no entendían ni procedimientos, ni, a veces, los objetivos mismos.

Lo que está teniendo lugar estas semanas es, cuando menos, antiestético. Dado que por diversas causas no hemos logrado avanzar lo suficiente en la vía federalista y supranacional, admitamos que la designación del presidente del Consejo se realice en un ejercicio de democracia restringida a cargo de los 27 jefes de Gobierno o de Estado.

Aceptemos que no se traslade a la opinión pública europea un debate abierto (un sucedáneo de campaña electoral) entre los posibles aspirantes. Pero si los Veintisiete no están dispuestos (o no pueden) a ampliar los márgenes de la democracia en un tema de la entidad y simbólico significado de éste, deberían al menos impedir que fuera nombrado un candidato de las características personales que he descrito, perteneciente a un Estado, si no hostil, cuando menos indiferente a la integración europea.

Caso contrario, es probable que el alejamiento de los ciudadanos se haga mayor.

Emilio Menéndez del Valle es embajador de España y eurodiputado socialista.

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