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Columna
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El eje de la prosperidad

El Eje de la Prosperidad fue en 2004 una ocurrencia de la que ahora ya nadie se acuerda: una supuesta alianza económica, cultural y social entre Esperanza Aguirre y sus colegas de Baleares y Valencia, entonces Jaume Matas y Francisco Camps, más conocidos ahora. Yo recordé el Eje hace unos días, mientras Camps entregaba a Rajoy a regañadientes la cabeza de Ricardo Costa, víctima del afán de prosperidad del propio presidente valenciano, y un juez imputaba al tiempo a Jaume Matas por lo que al parecer ha sido en su caso un particularísimo sentido de la prosperidad. También el hecho de que en sus horas de tribulación por el caso Gürtel, Costa se fuera al camino de Santiago y volviera bendecido por el Apóstol, al parecer sin milagro, me permitió recordar que el Eje de la Prosperidad se puso también bajo la protección jacobea, pues no en vano de Santiago volvía Francisco Camps cuando llevó a Matas y a Aguirre, que le esperaban en Mallorca, la bendición que él mismo había alcanzado un día antes recorriendo seis kilómetros del santo camino. Lo hizo ataviado con vistosa chaqueta y mocasines, comprados por su cuenta y no obstante llamativos, después de establecer en Frómista lazos de fraternidad entre Castilla y León y Valencia, según mandaba por aquellos días la devota peregrinación por el mapa electoral del PP. Se trataba de un mandato, nacido al calor de la derrota de Rajoy en las generales de 2004, que les obligaba a hacerse una España aparte.

Aguirre ha conseguido quitar protagonismo a Madrid en la ola de corrupción que aquí nació

Lo cierto es que en julio de aquel año nos preguntábamos qué perseguía el Eje de la Prosperidad sin hallar respuesta concreta ni más explicación que la perturbación de la derrota. En un momento como aquel no faltó quién pensara que en la alianza económica madrileña con el Gobierno balear y el valenciano se cuidaría a los poderosos constructores de los tres territorios, además de tener en cuenta lo que sus compañeros ofrecerían sin duda a nuestra presidenta: modelos de desarrollo sostenible que ya habían supuesto la prosperidad de unos cuantos listos en sus comunidades. Aguirre, a cambio, podría hacerlos partícipes de su experiencia para superar el paro de los altos cargos del PP, recién acabado el Gobierno de Aznar, por medio de una original oficina de colocación con dinero público que tuvo su rápida imitación desvergonzada en Valencia, como suele suceder. Y, para colmo, entre lo económico y lo social, estaba el escandaloso ejemplo de turismo sexual que se dio entonces con cargo al presupuesto balear, ya no sé si por Jaume Matas o por sus colaboradores, que hubiera servido tal vez para resolver algunos de los interrogantes que planteaba por aquellos días la lucha madrileña contra la prostitución y su clientela.

Pero ahora, apenas cinco años después, Aguirre se ha quedado sola en el timón de aquella aventura. Y no sé si con rubor o no, habrá roto la foto que el trío regional se hizo aquella vez en el castillo mallorquín de Bellver con ella al centro. Porque si Dolores de Cospedal le acaba de reprochar al defenestrado Ric sus malas amistades, como si fueran distintas a las de Camps, nada de particular tiene que le pregunte a Aguirre por las suyas, aunque sea amiga de Camps. Bien es verdad que ella no debe compartir el mismo concepto de la prosperidad de sus compañeros del Eje; Aguirre de la prosperidad no habla por teléfono, en todo caso escucha. O lee los informes pertinentes. Y tampoco parece compartir con algunos de sus colaboradores la ambición de prosperidad al modo entusiasta en que sus compañeros valencianos se han entregado, unidos, como una piña, a la causa de la prosperidad. De modo que Aguirre parece ahora no sólo incontaminada sino ejemplar, lo que se llama un referente. Escapada de la foto con Camps y Matas, ha conseguido quitar protagonismo a Madrid en la ola de corrupción que aquí nació, y es madrileña, y que si no se fraguó en El Escorial fue en el patio de su Real Monasterio donde se consagró para siempre en la foto de alto valor simbólico de una boda histórica. Pero en eso Camps también tiene su mérito. Experto en la organización de eventos, empeñado en la promoción de su comunidad, no sólo le arrebató a Madrid el honor de la celebración del Congreso en honor de Rajoy, y ahora es más fácil saber por qué, sino que ha logrado un enorme éxito de público para la puesta en escena de Proclamación de la podredumbre, obra teatral de larga duración, encuadrada desde el principio en el teatro de las corrupciones, pero incluida ahora en el del absurdo, tras haber logrado los más altos niveles de confusión y disparate. Teatro hermético, incomprensible, desvergonzado y no falto de humor. Una obra, por ahora abierta y con inesperado final, en la que los corruptos condenan a los espectadores desde el escenario como los verdaderos delincuentes de la función.

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