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Columna
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Apretarse el cinturón

Vivimos en plena histeria de ahorro. Como aquellos que, cada invierno, se echan unos kilos de más en comilonas y, al llegar el verano, con tal de embutirse el bañador, acometen dietas feroces peligrosas para la salud, de repente los ciudadanos españoles nos hemos puesto a recortar gastos. Ya veremos si la economía, articulada sobre el despilfarro, podrá resistir este grado cero del consumismo. Pero lo verdaderamente preocupante son los ahorros en inversión pública. De acuerdo en que llevamos años gastando demasiado, no es ésta la cuestión. Lo importante es en qué se ahorra y en qué no se puede escatimar. Todos los ciudadanos, cualquiera que sea nuestra preferencia política, coincidimos en que hay demasiados organismos, demasiados asesores y demasiado coche oficial. Bueno, pues se ve que los que nos gobiernan no son ciudadanos (de Marte, si acaso) porque hasta ahora el tijeretazo en estos dispendios ha sido mínimo o inexistente. Con todo, lo más grave no es el ahorro que no se ha hecho, sino el que se ha producido indebidamente. Hay varios ejemplos, pero el más sangrante es el de la I+D. ¿Quién sería el desustanciado al que se le ocurrió este nombre tan tonto? Las siglas tienen el inconveniente de que generan un distanciamiento y, por consiguiente, una falta de implicación emocional que las aleja de la percepción de la gente. No es lo mismo que el violador del ensanche se llame F. L. que Francisco López. Por lo mismo, no es igual recortar en I+D que en el futuro de nuestros jóvenes.

Cuando el actual gobierno socialista pase a los libros de historia, se hará un balance agridulce de su gestión, como en toda obra humana. Sin embargo, no me cabe duda de que lo peor, su verdadero fracaso, radicará en el recorte de la I+D. Y es que llueve sobre mojado. No es una racanería más, es la que está en el origen de la decadencia española desde el siglo XVII hasta ayer mismo. Cuando las naciones europeas echaron a andar la ciencia, nosotros nos abismamos en la oscuridad de la Contrarreforma. Y cuando en el XIX protagonizaron la revolución industrial, nosotros nos embarcamos en estériles luchas intestinas mientras Unamuno clamaba "¡que inventen ellos!". Parecía que en el último medio siglo estábamos saliendo del pozo, incluso llegamos a creernos una potencia. Y ahora resulta que no, que todo fue el sueño de una noche de verano. Y ha tenido que ser un gobierno socialista el que nos ha despertado con un jarro de agua fría. ¿Los otros? Ni están ni se les espera. Esos, en vez de apretarse el cinturón, lo que hacen es apretarse el Gürtel en su propio beneficio. Pobre España, ayer un país de majas y toreros, hoy de albañiles y camareras en paro.

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