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Columna
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Perversión

De súbito hemos comprendido la obsesión enfermiza de Rajoy por el sentido común y la gente normal. Lleva años el pobre intentando gobernar un partido donde no abunda lo primero ni lo segundo. Bastante ha hecho con pastorear un equipo siempre a punto de disolverse en sus diferentes facciones. Ahí están los zaplanistas, los marianistas, los aguirristas, los gallardonistas, los ripollistas, los campistas, los costistas, los bigotistas, los aznaristas, los gürtelistas, los franquistas, los fabristas, los ramblistas, los masoquistas, los arribistas, los carteristas y los golfos apandadores en general. ¿Cómo no añorar, frente a ese panorama de locos, el sentido común y la normalidad que el líder del PP invoca todo el tiempo, al modo de un mantra cuyo recitado le conduce a arrebatos místicos que, lejos de ayudarle a coger el toro por los cuernos, lo alejan de los problemas reales de este mundo?

Ahora entendemos también cómo al acusar a Zapatero de cambiar de opinión cada dos por tres, de no tomar decisiones, de negar los datos, de dimitir de sus deberes o de mirar hacia otro lado, estaba hablando en realidad de sí mismo. Esto de atribuir a los demás las propias carencias es muy común entre la gente poco reflexiva, por no decir entre los caracteres perversos. Resulta asombroso ver a un partido descompuesto por méritos propios echando la culpa de sus males sucesivamente a los jueces, a la policía, a los fiscales o al ministro del Interior, da igual. Si usted o yo pasáramos por allí, invitarían a las masas a lincharnos asegurando que somos la causa de todos sus problemas. Y lo harían con unas buenas maneras dignas de envidia. Observen, si no, el cinismo inabarcable con el que Cospedal miente un día y otro frente a las cámaras, sin alterar un músculo de la cara. De momento dan más miedo que risa. A ver si se arreglan.

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