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Cosa de dos
Columna
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Carne muerta

En la jerga cinematográfica anglosajona existe la expresión dead meat. Literalmente, carne muerta. Sirve para denominar a ese personaje más o menos entrañable, más o menos simpático, más o menos tonto y (esta es la condición sine qua non) amigo del protagonista, que de forma inexorable está destinado a morir antes de que acabe la película. Es un personaje que se incluye en el guión sólo para eso, para morir. Su fallecimiento debe emocionar al público y encorajinar al héroe, realzando su perfil más humano.

Al peliculón del PP le queda aún mucho metraje, pero Dead Meat, o sea, Ricardo Costa, ya ha palmado. Puede afirmarse, ocurra lo que ocurra en adelante, que Costa ha cumplido como un campeón. Primero, paseando ante las cámaras ese perfil a la vez pijo y desvalido; luego, echándole valor al asunto (presentó una denuncia contra la policía y se declaró "víctima de una persecución política desde las más altas instancias del Estado"); en el último momento, bailando la conga ante en el pelotón de fusilamiento ("nadie me ha pedido que dimita"); y, en el ultimísimo momento, echando una lagrimilla enternecedora.

En la política, como en las películas, abundan los Dead Meat. Pero hay pocos como Ricardo Costa. Un profesional así no debería ser desaprovechado. Habría que recuperarlo en cuanto fuera posible.

Bien, el pobre Dead Meat Costa ya se ha lucido. ¿Y ahora? El guión ofrece muchas posibilidades. Una de ellas, visto lo bien que ha funcionado hasta aquí la trama, consistiría en ofrecer al público un "súper Dead Meat". ¿Se imaginan a Camps diciendo "qué bonito, qué bonito" en el momento de caer? Ese sería un giro argumental de los que sobrecogen al espectador. Prefiero no imaginar lo que podría ocurrir entonces.

En estos casos, sólo existe una certeza: el que manda no muere. Nunca. Ya pueden llover GAL, corrupción o lo que sea, que el que manda no pringa. Queda una pregunta sin respuesta: ¿manda Rajoy?

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