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Un teleférico y tiendas bajo el suelo

Un plan para la plaza Mayor encargado por el Ayuntamiento contempla instalar una torre con acceso a las terrazas y un escenario con gradas

Innovación, frenesí o delirio. Éste es el trilema que el lector debe resolver al percatarse de que el Ayuntamiento de Madrid ha encargado un llamado Plan de Mejora Integral de la plaza Mayor en el que su redactor, el arquitecto Carlos Ferrán Alfaro, contempla, entre otras iniciativas, la instalación en sus aledaños de una torre de 15 metros como soporte de un teleférico proveniente de la Casa de Campo que conduce hasta el parque del Retiro y sobrevuela la plaza. Así se dijo en unas jornadas de impulso municipal celebradas el verano bajo la Casa de la Panadería. Aunque este esbozo es casi utópico.

Además, el ciudadano habrá de comprender que, ya puestos, el equipo de Gobierno y su arquitecto admiten ampliar el plan hasta las mismísimas empinadas techumbres empizarradas de la plaza, con su sabor centroeuropeo. ¿Con qué fin? Con el de retirar las actuales cubiertas y allanarlas de manera que se cree sobre ellas un circuito perimetral transitable, donde el futuro espectador pueda recalar en restaurantes o miradores allí construidos de nuevas, versados hacia la plaza que le procuren vistas a vuelo de pájaro.

El proyecto incluye el soterramiento de comercios en los sótanos
La estatua de Felipe III será trasladada a la Casa de Campo

Si las cubiertas han de tocarse, ¿por qué no acometer algo de similar enjundia en la base de la plaza? El plan tiene soluciones para todo. Ahora le toca el turno al comercio. Bajo las fachadas de la plaza Mayor, un trazado simétrico a sus líneas recorre el subsuelo con una galería de abovedados sótanos. Ahí es donde el comercio, en su mayor cuota, habrá de ser adentrado. Los 129 metros de longitud por 94 de anchura filtran bajo tierra casi un kilómetro de sótanos que pueden ser empleados para ese menester.

De la cota de la plaza será desterrada la sufrida estatua de Felipe III, surgida del cincel de Juan de Bolonia y culminada por Pedro Tacca, ambos florentinos. Por ello, la plaza, liberada visiblemente de buena parte del comercio, admitirá más cambios. La idea es pues regresar a la primitiva función que tuvo: no la de mercado, verdaderamente primigenia, sino la de escenario de eventos de alcance imperial o, mejor, universal, habida cuenta de que en el siglo XVI y luego en el siguiente, el Siglo de Oro, la plaza Mayor fue en verdad corazón del mundo. ¿Quién ha de ofenderse pues si, convenientemente retirados los obstáculos, la plaza se teatraliza con un escenario neumático que surja del suelo -una vez erradicado el estacionamiento- como los que emergen de los proscenios con sus tramoyas y sus estructuras portátiles? En el documento de Plan de Mejora Integral de la plaza Mayor redactado por Ferrán Alfaro cabe casi todo. Por tal razón se ha pensado incluir unas amplias gradas, preferiblemente móviles y desplazables, que acojan al mayor número de espectadores de una ciudad donde la fiesta tiene principio, pero no tiene fin.

Claro que, tal teatralización no podrá impedir que prosiga el proceso de ampliación de terrazas en la superficie de la plaza en días sin funciones. Ya hay en marcha una nueva, en la única fachada, la de la Casa de la Panadería, que hasta ahora permanecía célibe de tal forzada coyunda con sombrillas, veladores y sillas.

Todo lo dicho habrá de casar con el cambio del color del revoco de los muros de la plaza. Y ello porque entre los partícipes de los debates consecutivos o precedentes a este plan -no se sabe bien su orden, no hay información oficial disponible- se asegura que no van bien los tonos rojizos del almagre de los paramentos con las techumbres de pizarra. Pero tampoco el arquitecto Carlos Ferrán quiere hablar. A él y a las gentes de su estudio, uno de los de mayor entidad de Madrid, les pagan por pensar y proponer. Las decisiones últimas no les corresponden a ellos.

Algunos vecinos, sin embargo, comienzan a peregrinar por departamentos oficiales y a telefonear a algunos medios de comunicación para obtener información que les permita averiguar si ha llegado el momento de hacer planes para abandonar la plaza y trasladarse a otros lugares de futuro menos incierto.

Es el caso de Ramón Rufin, que se lleva las manos a la cabeza cuando barrunta el porvenir del lugar donde ha vivido 25 años. "Creo en verdad que es un delirio", se lamenta. ¿Por qué no una innovación o un simple frenesí? "Muy sencillo: lo que mantiene a una plaza son sus moradores y este plan, por muy atrevido que pueda ser para unos pocos, la convertirá en un desierto", sentencia. Francisco Corazón, comerciante y dirigente de una asociación vecinal de la plaza, percibe el proyecto como algo innovador, "un plan con posibilidades", dice y no recela de él.

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