Las casas de colores de Girona esperan el andamio
El Ayuntamiento abandera una reforma para evitar que la zona se convierta en un lugar degradado
Shlomi trata de sacar el mejor perfil de Ofir para la foto. El joven está apoyado en el puente rojo de Gustave Eiffel, en Girona. De fondo, el río Onyar flanqueado por las casas de colores. No hay una postal mejor de la ciudad. "Es precioso, nunca había visto algo así", dice Shlomi. Los dos están embobados con las viviendas naranja, granate, amarillas... Una pequeña Venecia, dicen los israelíes, de 22 años. Vivir en ellas tampoco les saldría muy caro: entre 300 y 500 euros al mes. Un precio más que asequible para los tiempos que corren.
Aunque vistas de cerca las coquetas casas no resultan tan ideales. Las viviendas necesitan varias manos de obra y pintura, y tienen una distribución demasiado alargada. Hace 25 años que no se rehabilitan debidamente. Pero eso se acabó. El 2 de noviembre empiezan los trabajos en 16 edificios, impulsados por el Ayuntamiento. Un lifting de un año que costará medio millón de euros y que quiere evitar que la zona se convierta en un lugar degradado.
Los locales comerciales apoyan con entusiasmo la reforma de las casas
Una pequeña Venecia, con alquileres entre 300 y 500 euros
La última vez que una administración pública intervino en las casas fue en 1983. Entonces el coste corrió a cargo de la Generalitat, la obra supuso un cambio radical porque acabó con los retretes y con las cañerías que desembocaban en el Onyar. Incluso se trabajó dentro de las casas que presentaban peor estado. No cabe duda de que hoy las viviendas ya no son el trasero gris y triste de la ciudad que usaba el río como vertedero. Pero el Ayuntamiento de Girona sigue preocupado porque se han ido dejando y abandonando. Teme que la degradación transforme la zona del casco antiguo en un lugar marginal. "Ya hemos detectado algún piso patera", reconocen fuentes municipales.
La consecuencia directa ha sido la devaluación del precio de las viviendas. Alquilar un inmueble en el lugar más representativo de la ciudad -el equivalente a vivir frente al Támesis en Londres- no cuesta más de 500 euros, confirma el Ayuntamiento, mientras que el precio medio del alquiler de un piso en la ciudad es de 768,60 euros, según un estudio del Departamento de Medio Ambiente y Vivienda.
Estando así las cosas, la reforma no podía esperar. Aunque ha hecho sudar tinta china al área de Urbanismo. El Consistorio se ha encargado de buscar subvenciones, de redactar el proyecto y de convencer a los dueños, uno a uno, de que paguen una cuarta parte del coste de las obras. El resto lo sufragan el Instituto Catalán del Suelo (50%) y Medio Ambiente y Vivienda (25%).
El Ayuntamiento esperará a que acaben las fiestas de Sant Narcís (del 23 de octubre al 1 de noviembre) para llevar el ejército de camiones, grúas y zanjas a la ciudad. Pero ni un día más. El 2 de noviembre, 16 edificios se cubrirán de andamios. En total, se reformarán 78 viviendas que pertenecen a 32 personas. Son las casas que peor están: las más descascarilladas y abombadas, con las cubiertas en muy mal estado.
Incluso a lo lejos se distinguen las tablillas de las persianas rotas y sucias. Eso, cuando se trata de persianas de celosía. Algunas son directamente de plástico verde eléctrico. "Deberían pintar y unificar", lamenta Montse, madrileña de 29 años, que lleva 15 días de vacaciones por la zona.
Las vistas desde el puente de Sant Agustí (1973), donde está la mujer, acompañada de Matías, de 49 años, distan bastante de las idílicas postales que muestran las guías. La hilera de casas de colores "es bonita, pero está muy abandonada", lamenta la pareja.
Otro ejemplo del mal estado de algunos edificios son las escaleras del número 21 de la calle de Ballesteries: de caracol, angostas y con los peldaños erosionados. Ni hablar de la posibilidad de poner un ascensor. En el edificio, de paredes desconchadas, sólo contestan al timbre un ciudadano inglés, anónimo a petición propia, y un vecino del primero, que abre con un rollo de papel higiénico en la mano y hace bromas incomprensibles. "Las obras me van a salir por 5.000 euros", suelta. Y cierra.
Un año es el tiempo previsto para acabar con esa situación. Después arrancará la segunda fase de obras en 16 edificios más y una tercera en el resto. La intención es rehabilitar los 83 bloques del lado este del río. Al concejal de Urbanismo, Joan Pluma (PSC), le gustaría finalizar el proyecto en 2012, pero reconoce que será complicado. El Ayuntamiento sólo cuenta con los 900.000 euros que el Incasol pone en tres años, a 300.000 por año, y con el consentimiento de los primeros dueños (a excepción de uno). Pero las obras son obligatorias. Si algún vecino se niega, el Consistorio pagará por él y luego le pasará la factura.
"El objetivo es implicar al propietario", explica Rosa Cánovas, arquitecta municipal. Pero para ello hay que superar varios escollos. Primero, la desocupación: el 42% de las viviendas están vacías. Segundo, la propiedad vertical: en el 70 % de los casos, el edificio pertenece a una misma persona, que debe pagar la reforma de varios pisos. Eso supone mucho dinero y a veces los dueños no lo tienen. Urbanismo intenta promover la venta y el alquiler, pero la tarea se complica cuando el edificio pertenece a un anciano sin recursos y sin ganas, o a varios familiares que lo han heredado.
Otra cosa son los locales comerciales, como el bar La Terra, que apoyan con entusiasmo la iniciativa municipal. Hace más de 40 años, el establecimiento era una alpargatería. Ahora uno puede tomarse un café o una copa y sacar la cabeza por la ventana desde donde se ve el río, la gente en el puente de Sant Agustí fotografiando las casas de colores y las carpas. El lugar invita a quedarse. Lo mismo pasa en los muchos establecimientos que hay en los bajos de las casas del Onyar: tiendas de ropa, relojerías, cajas de ahorros, creperías, ópticas... La zona es un foco de atracción de turistas.
Su trabajo le costó al anterior alcalde y actual consejero de Política Territorial y Obras Públicas, Joaquim Nadal (PSC). Al llegar al poder, ordenó dragar el Onyar para limpiarlo de toda la porquería que desde los balcones y las cañerías de las casitas de colores se echaba al río. El equipo municipal, dirigido ahora por la también socialista Anna Pagans, sigue su estela.
"Menos mal", suspira aliviada María Ruiz, de 61 años. Un minuto antes de saber que se va a hacer una reforma, lamentaba con unos amigos el deterioro de las casas. "Los he traído desde Barcelona para enseñarles esto. Quería fardar de ciudad y me he llevado un chasco".
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