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Columna
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El número de muertos

Hay una forma de elocuencia que consiste en desplazar la denominación de una conducta abominable hacia otra muy distinta, a la espera de avivar de esa manera la repulsa social. Recientemente la directora de Atención a las Víctimas de Violencia de Género, Mariola Serrano, hizo uso de ese recurso, al denominar a la violencia de género "una forma más de terrorismo".

Pero el procedimiento no sólo es inexacto, sino que desencadena un efecto lingüístico y moral perturbador: no clarifica los conceptos, sino que los confunde, y la confusión, aun bienintencionada, nunca es buena. Como la violencia de género es condenable (tan condenable como cualquier violencia de un ser humano sobre otro) denominarla "terrorismo" no añade mayor horror a la conducta. Ocurre que esa clase de violencia es detestable por sí misma. Y denominarla terrorismo puede ser muy altisonante, pero estrecha el universo moral de la ciudadanía y liquida las posibilidades expresivas del lenguaje. Aquí, (como también ocurre, por otra parte, en el ámbito económico) el empeño igualitarista sólo desencadena miseria, en este caso, miseria verbal y conceptual. Y si eso nos lleva a algún sitio es a la pesadilla de George Orwell, en que la reeducación de la población pasaba por reducir su lenguaje a un puñado de palabras manidas, recurrentes, controladas por el Estado y que impedía realizar análisis complejos.

La violencia de género no es una forma de terrorismo porque el término terrorismo alude a una realidad radicalmente distinta. Nada hay de terrorismo en la violencia doméstica. Es otra cosa. Y negarse a denominarla terrorismo no conlleva el más mínimo atenuante. La gente puede condenar ese tipo de agresiones sin recurrir a un latiguillo que limite su horizonte verbal y, a la postre, su horizonte mental.

Claro que en las declaraciones de la directora se introdujo otro elemento que, buscando agrandar el problema de la violencia de género sólo llevaría, paradójicamente, a minimizarlo. Haciendo uso de un socorrido argumento, recordó que la violencia de género provoca ya más muertes que "otras acciones terroristas". Pero usar criterios cuantitativos para calificar la maldad de una conducta tiene un peligroso contrapunto: es cierto que la violencia de género produce más muertes que el terrorismo stricto sensu, pero también es cierto que, según las estadísticas judiciales, de las 1.400 muertes con violencia que se producen al año en el Estado español, sólo unas 100 corresponden a la violencia de género. Aplicar la calculadora a estas cuestiones resulta en sí mismo una depravación moral pero, ya que se empeñan, alguien debería explicar a qué tipo de terrorismo podemos imputar la muerte con violencia de las mil trescientas personas restantes, personas que, por cierto, no aparecen ni de visita en el discurso de los poderes públicos.

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