"¡Jo, qué plancha!"
10.000 madrileños decepcionados tras cinco horas de fiesta en la Plaza de Oriente
"¡Jo, qué plancha!", dice Lorena, de 14 años, retirándose la coleta de la cara y dejando caer su enorme mano abierta de plástico. Se ha oído perfectamente. Ha ganado Río de Janeiro. Y las 10.000 personas que se distribuyen entre estatuas de reyes visigodos en la Plaza de Oriente, frente al Palacio Real, se han enterado a la primera y tras muy pocos segundos de lamentación -¡ooohhh!- se empiezan a evaporar con la misma velocidad con la que se habían concentrado en apenas media hora, entre las seis y las seis y media de la tarde. "Me lo esperaba, estoy bien, no pasa nada", sonríe Matías, ecuatoriano, mientras arrastra a una niña riada abajo.
Apenas se oyen llantos. Algunos gritan contra el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón. Le llaman fallón. Otros claman desde los arbustos por la injusticia cometida. "Teníamos mucha mejor candidatura", sentencia Ramón. La policía municipal, concentrada de manera discreta en las bocacalles de la plaza, apenas dirige el torrente humano. Tampoco parecen los más afectados: "Veía peligrar la cena de esta noche si ganaba Madrid", confesaba un agente a otro compañero. Mientras tanto, salvo el júbilo de una veintena de brasileños que andan por allí, ya no se oye nada. No queda casi nadie. "Nos ha dado rabia porque, tras caer Chicago, que pensábamos que era la más difícil, creíamos que esta vez ganábamos", decía Arancha, envuelta en una bandera con las cinco estrellas de la Comunidad de Madrid.
La fiesta había acabado. Abruptamente y sin desorden. Pero aquella marea llevaba formándose desde la una de la tarde.
Dos pantallas gigantes y un escenario forman el epicentro del evento. Abajo, unas cien personas. Llevan camisetas de la candidatura. Unas prendas que los voluntarios empiezan a repartir en los extremos de la plaza. Como animador ejerce Carlos Moreno, pinchadiscos de Cadena Cien que se autodenomina El Pulpo. De su cabina salen clásicos inmortales como Paquito, el chocolatero, que la gente, que aún no llega al medio millar, baila siguiendo el ritmo con las manos de plástico símbolo de Madrid. Le ayuda Inés Romera, reportera de Telemadrid, que de vez en cuando lanza buenos augurios por el micrófono. También desfilan por el escenario varios grupos, como Dixieland Madrid, que no terminan de despertar el interés del personal. A eso de las tres y media aún ganan los turistas y paseantes ocasionales. Las terrazas están llenas de gente que observa curiosa.
Cuando llega la primera votación, todos se ponen serios. Todos escuchan. Y Chicago se queda fuera. Saltos, abrazos y llamadas de teléfono: "¡Tío, que han eliminado a Chicago a pesar de Obama! ¡Tío, que igual ganamos!", comenta un veinteañero recostado junto a un seto. Después se descabalga Tokio y los gritos suben de nuevo de intensidad. "Somos los mejores", afirma Jaime, como si se hubiera estudiado concienzudamente los informes de todas las ciudades aspirantes. "Chicago, a Parla", "Tokio, a Parla", pide El Pulpo desde su púlpito que repita lo que ya empieza a ser una multitud. Queda más de una hora de espera.
Y entonces sí que empieza a llegar gente en oleadas, incluidos algunos que esconden latas de cerveza en bolsas opacas. También se ven carritos con bebés, familias enteras y niños correteando. Apenas hay banderas ni cánticos patrióticos. La masa, mayoritariamente femenina, se entretiene charlando sobre la misteriosa política del COI.
A las seis y media se empiezan a escuchar las pantallas. Nadie entiende muy bien qué está pasando y pone cara de mucha atención, aunque a veces algún sector de la plaza cree entender algo que les lleva a gritar: "¡Fuera, fuera!". Pero es una falsa alarma. Hay que esperar otro cuarto de hora. Y, tras esa demora, la decepción. Algunos, los de las primeras filas, hacen algún puchero, pero la desbandada es general. Y ahora, ¿qué? "Primero, a tomar unas copas. Luego, a presentarse en 2020", recita de carrerilla Marcos sin detenerse.
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