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Columna
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¿Positiva?

No sólo soy mujer, y narradora. Una de mis íntimas amigas, Azucena Rodríguez, es directora de cine. Por si esto fuera poco, las dos llevamos cinco años dándole vueltas a una historia que fue un guión, será una novela y quizás llegue a ser una película que produciremos juntas. Como ven, tengo todas las papeletas para ganar en la lotería femenina de Guardans. Dicho esto, voy a explicar por qué estoy en contra.

En el instante de la creación, todo creador es esencialmente andrógino. Cuando ganó el Nobel, Gordimer declaró que estaba harta de explicarlo. No me extraña, porque nadie puede sostener con honestidad otra postura. El género no afecta a la honestidad intelectual. Tampoco a la calidad. La discriminación positiva fue concebida para apoyar los talentos de las minorías en campos donde existía una discriminación negativa previa. En cualquier otro caso -la creación en España, por ejem-plo-, equivale a reconocer una minusvalía tácita en los miembros del colectivo al que, en teoría, se pretende proteger.

En la práctica, al no existir razones que justifiquen tal protección, simplemente se le sobrefinancia. Los resultados de esa medida afectarán al conjunto de la cultura nacional. Porque no sólo es injusto, también es indigno. Y, lo que es peor, además es contraproducente.

La realidad social de un país no se cambia a martillazos. Ninguna ley logrará que haya tantas directoras como directores en España. Está por ver que eso sea beneficioso, pero lo que es evidente, y lo sé porque en la literatura ya estamos de vuelta, es que dentro de nada tendremos películas de mujeres a porrillo. Su calidad será intercambiable con la que consigan los hombres. Las buenas serán pocas. Las malas, muchas más, demasiadas para haber jugado con tanta ventaja, suficientes para arrastrar el desprestigio de todas. ¿Habrá sido positivo? ¿Para quién?

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