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Columna
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A la espera de Europa

José María Ridao

En vísperas de que España asuma la presidencia de turno de la Unión Europea, algunos de los contenciosos internacionales enquistados durante los últimos años han empezado a moverse. La Asamblea General de Naciones Unidas no está resultando, en esta ocasión, una reunión anual de rutina en la que el representante de cada Gobierno se sube a la tribuna de oradores, expone el catálogo de sus puntos de vista o de sus simples fantasías, se baja, y las cosas siguen más o menos en el mismo punto. La razón de este cambio es, sobre todo, una: Estados Unidos ha empezado a ejercer bajo la Administración demócrata un nuevo liderazgo, radicalmente distinto del que intentaron los republicanos.

Obama afirmó que el nuevo liderazgo que quiere para EE UU implica estar a la escucha de los aliados

La política exterior de Obama invita a recuperar el interés por una dimensión de la actividad de los Estados, la diplomática, que desde hace años chapoteaba entre el lenguaje de madera y la búsqueda de fotografías oportunas para consumo interno. Cuando no se dedicaba, y era peor, a justificar o apoyar guerras devastadoras que se emprendían porque sí y se mantenían con el único argumento de que, puesto que se habían comenzado, convenía no perderlas. En los pasos de la diplomacia norteamericana de los últimos tiempos se advierte, sobre todo, un meditado diseño de las iniciativas y una ejecución milimétrica, sin concesiones al espectáculo que conllevan las citas y las cumbres de alto nivel. Esto no quiere decir que el éxito esté asegurado: en el terreno internacional, cada actor es una variable independiente. Y cuanto mayor, cuanto más poderoso es el actor, mayor es su independencia y, por tanto, mayor también su capacidad para hacer fracasar los propósitos de los demás. Pero por primera vez en mucho tiempo, la política internacional, y no sólo la realidad internacional, exige una discusión inteligente.

Obama no tenía fácil encontrar siquiera un mínimo margen de maniobra en la cuestión nuclear iraní, atrapado como estaba por la herencia de los destrozos provocados por Bush y sus cruzadas: ni disponía de instrumentos eficaces para acorralar al Gobierno de Teherán, ni se podía permitir, tampoco, una dilación excesiva del problema. La posición de Israel reclamando el monopolio nuclear en la región como última garantía existencial, por una parte, y la fecha de revisión del Tratado de No Proliferación (TNP) como última oportunidad para alcanzar un arreglo colectivo, por otro, permitían sobrepasar la fecha de 2010 sin intentar una solución. Como resultado de las iniciativas de Estados Unidos, Irán se sentará el próximo jueves en la mesa de Ginebra sabiendo que no puede seguir mintiendo sobre sus intenciones y que las grandes potencias, con la única reserva de China, están unidas en una misma determinación. Y tampoco Israel puede creer que las cosas seguirán como antes: si la estrategia sobre el programa nuclear iraní da algún resultado, tendrá que dar respuesta a la ocupación de los territorios palestinos y a su ausencia en la lista de firmantes del TNP.

También en la política hacia Afganistán se pueden intuir algunos cambios, después de que Obama anunciase la retirada de Irak para 2011. El presidente norteamericano ha rechazado el envío de nuevas tropas a luchar contra los talibanes, vinculando esta decisión a la formulación de una nueva estrategia. No es una tarea sencilla, puesto que, en Afganistán, se ha producido una duplicidad de misiones militares extranjeras, una de guerra y otra de reconstrucción, que parecen condenadas a entorpecerse mutuamente. De momento, nada se sabe de la nueva estrategia que prepara Estados Unidos, pero es difícil imaginar que la duplicidad de misiones pueda continuar como hasta ahora. Entre otras razones, porque resulta absurdo que unas tropas extranjeras se dediquen a bombardear, según las necesidades de un conflicto abierto, mientras las otras se ocupan de reconstruir lo que ha sido bombardeado, realizando tareas propias de una paz que todavía no ha llegado.

El semestre de la presidencia española de la Unión exige del Gobierno una responsabilidad particular a la hora de establecer las prioridades. Además de los problemas institucionales que atraviesa el proyecto de la Europa Unida y de las medidas destinadas a paliar la crisis económica, están en marcha procesos internacionales en los que la Unión no puede quedar al margen. Obama afirmó que el nuevo liderazgo que quiere para Estados Unidos implica estar a la escucha de los aliados. Tan pernicioso sería que los aliados, y entre ellos Europa, no tuvieran nada que decir, como que lo que dijeran estuviese completamente al margen de los principales problemas internacionales. Durante seis meses, y por lo que respecta a Europa, una parte sustancial de la responsabilidad le corresponderá a España.

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