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Columna
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Prostitutas alegales

Hay debates apasionantes, por tristes que resulten, que van más allá de las resoluciones judiciales. Una cosa es que un juez tenga que resolver sobre ellos y otra muy distinta es que su decisión resuelva el debate. Pasa con la eutanasia, el aborto, las fotos de etarras o la prostitución. Sin duda, el debate más profundo sobre las limitaciones de la vida política es el de la prostitución. Recientemente, el Congreso se ha visto en la obligación de pronunciarse sobre algo sobre lo que no quiere pronunciarse y que le molesta profundamente. Por eso, los dos grandes partidos, el PSOE y el PP, tan diferentes ideológicamente, han hecho mutis por el foro, negándose a interpretar ningún papel en una obra que les desagrada de principio a fin.

La prostitución puede ser legal o ilegal, lo que no puede ser es alegal; es decir, no se puede defender una cosa y la contraria. No se puede decir que la prostitución es una actividad ilegal y permitir anuncios de actividades ilegales ¿Permitiría la ley anuncios de asesinos a sueldo o ladrones que garantizan el robo sin dejar huellas? Hay países que han legislado, y de muy distinta manera. Países que han legalizado la prostitución, con dudoso éxito, en el afán de reconocerla como una actividad laboral y frenar así las mafias de trata de blancas. Pero han legislado, han intentado, en suma, enfrentarse al mal llamado oficio más viejo del mundo (los primeros fueron los de cazador y pescador, por razones obvias). Otros, como Suecia, si no me equivoco, han decidido castigar la prostitución castigando al cliente, en un afán de política de tierra quemada, también con dudoso éxito. Pero lo ha intentado. En España, no. Fieles al culto al avestruz (que debiera ser el ave nacional) es mejor dejar las cosas como están, desmantelar de vez en cuando una red de trata de blancas, unos cuantos prostíbulos o unas cuantas prostitutas de la calle (siempre tras alguna denuncia periodística), y hasta el próximo debate, donde el gobierno que sea decidirá aplazarlo para el próximo gobierno que sea, y así sucesivamente. Da la sensación de que los gobiernos piensan que una actuación en este tema provoca más riesgos de perder votos que de ganarlos. A fin de cuentas, la mayoría de las prostitutas no pueden votar y la temida clase media, donde habitan todas las posturas ideológicas, se puede rebelar contra una postura legalizadora de la prostitución.

Creo que todo hombre o mujer que se prostituye preferiría no hacerlo, aunque hay excepciones que generalmente tienen que ver con un sector de la prostitución de lujo que no busca ya la supervivencia, sino la opulencia. Pero en cualquier caso, alguien deberá afrontar un día el debate sobre un hecho real que está en la calle, nunca mejor dicho. No es un tema fácil, porque parte desde la moral, desde la ética, desde miles de aristas sobre las que es difícil ponerse de acuerdo. Pero, ¿quién dijo que gobernar fuera fácil?

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