Música incidental
La crisis de ventas discográficas ha empujado a todos los músicos de nuestro pop a los escenarios como única forma de ganar dinero. El resultado ha sido una oferta excesiva de ejecutantes de buena calidad y la habitual baja en el precio que en estos casos provocan las clásicas leyes de concentración de capitales. Ese ominoso panorama lo han notado ahora los ejecutantes, pero los primeros en notarlo fueron los compositores. ¿Qué podía hacer un autor de pop que quisiera poner a prueba sus melodías y con ellas intentar ganarse la vida? Por buenas que fueran, esperar que algún intérprete te pagara por ellas era tarea vana. En un mercado económicamente tan darwiniano como la enjuta industria musical española, el intérprete se había dado cuenta enseguida de su posición de poder en esa situación y casi tenías que pagar, en vez de cobrar, por ver tus composiciones interpretadas por alguien. Sólo los nombres muy prestigiosos pudieron permitirse no verse obligados a bajar los precios. Pero la crisis llegó al cabo para todos, y también adelgazó luego el mercado de los intérpretes y ejecutantes hasta extremos impensables hace pocos años. En mi Cataluña natal, la crisis se notó todavía más para el compositor catalanohablante que quería componer canciones sólo en su lengua materna. Si en España el mercado ya es limitado, circunscribirse al mercado de público que sólo quiere escuchar canciones cantadas exclusivamente en una lengua de su zona pone al autor en manos de un circuito ya reducidísimo. Ante esa situación, muchos de los compositores encontraron refugio en la publicidad o el cine. No es que se pagaran las astronómicas cantidades que se pagaban en la época dorada pero era un mercado que daba para ir viviendo. Los compositores nunca han hecho ascos a esas tareas extrañas. Al fin y al cabo, hasta el gran Gainsbourg compuso algunos de sus retruécanos para anuncios de la TV. La tarea (poner música a un ambiente expresivo) permite que los compositores busquen melodías que trabajan con las emociones del espectador y, a base de práctica, llegan a entregar momentos melódicos muchas veces sorprendentemente sutiles. En esa franja profesional se formaron Los Gringos, uno de los grupos de pop vanguardista más revulsivo de la década pasada salidos de Barcelona. El semillero sigue funcionando y va entregando nombres más jóvenes que, aunque llevan años con la música, para el público son casi debutantes. Como Xavi Llosa, uno de los compositores catalanes jóvenes más interesantes de música popular, que se sube a los escenarios en cuanto puede para ambientar los universos oníricos de un viejo cantautor galáctico llamado Jaume Sisa. O Carles Pedragosa, que ha firmado la banda sonora del reciente documental Hollywood contra Franco (Área, 2008) de Oriol Porta: los acordeones mediterráneos sobrevuelan de fondo las apariciones de Noam Chomsky, Susan Sarandon y los ancianos supervivientes de la Brigada Lincoln. Toda esa música, hecha aparentemente para pasar desapercibida, escuchada por separado de las imágenes, pone de relieve todo el temperamento melódico de sus autores. Si el pop le fatiga, la clásica le adormece, el rock le estresa y el rap le llena el cerebro de verborrea, muévase en esa Internet que todo lo puede y pruebe con la música incidental. A lo mejor es usted su hombre.
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