Paso a paso
Figura plenamente consolidada en el panorama artístico español, donde empezó a despuntar hacia el ecuador de la década de 1970, José Manuel Broto (Zaragoza, 1949) jamás se ha perdido por la intrincada senda del arte donde públicamente transita desde hace 35 años. Toda una vida, como quien dice, pero vivida paso a paso, sin saltos al vacío, ni estridencias de ningún tipo. Éste es, en principio, el camino de la pintura, cuya historia se pierde en la noche de los tiempos, aunque, luego, cada cual lo puede recorrer con mayor o menor agitación. No es el caso de Broto, que inició su trayectoria sobre las bases del posminimalismo en la versión francesa de Suppot-Surface, retraducido al sobrio hispánico modo de Trama, para después, ya en solitario, consolidar un lenguaje personal, en el que ha predominado la voluntad de equilibrio y el sentido sintético. El equilibrio se ha cifrado en mantener simultáneamente en pie lo analítico y lo instintivo, o, si se quiere, lo mental y lo corporal que asedian cualquier proyecto artístico, pero lo sintético ha consistido en plasmar sobre la tela todos los recursos pictóricos de lo gestual, lo geométrico, la planitud, lo rítmico, todo ello entreverado de un elenco figurativo muy variado y un cromatismo brillante y refinado. Es como si el caminante fuera guardando los útiles acreditados en su zurrón, cada vez con la mayor sabiduría que proporciona la experiencia.
Lo vemos, de nuevo, en la presente exhibición, que reúne un holgado material último, fechado íntegramente en 2009, con un elenco de diversos formatos, entre 40×40 centímetros y 300×400 centímetros, aunque cortado por un patrón técnico de acrílico sobre lienzo, muy justificado para el tipo de pintura que practica. Dicho lo cual, podría parecer, desde la excitada perspectiva actual, que Broto se ha remansado en las aguas de la desembocadura de un delta fluvial. No es así en absoluto, porque, en primer término, Broto no ha dejado de plantearse, en su propio terreno, los problemas de lo que ahora llamamos la "pospintura", que dialoga con el aluvión de las ácidas imágenes pixeladas, dernier cri de lo mecanizado, pero, sobre todo, hurga en ese magma de su configuración, cuando las cosas no han sido del todo trabadas y definidas, dejando los elementos como en el aire. Lo hace con hondura, lo que aviva el trasfondo dramático de la cuestión y expulsa cualquier tentación decorativa, en la que un pintor puede transformarse, sin darse cuenta, en un designer. Pero, por encima de todo, lo que hace Broto, paso a paso, es encararse, hay que decirlo, con esa esfinge prohibida de la belleza, logrando atisbos, a veces, escalofriantes en los grandes formatos, con manchas homogéneas de color saturado, acosadas por atrevidas tonalidades circundantes y formas quebradas que tratan de rasgar sus contornos. Algo así como un Kandinsky posmoderno.
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