España, los españoles y Afganistán
La onda expansiva de los recientes atentados y ataques en Afganistán retumba en los despachos de los dirigentes cuyas naciones tienen efectivos desplegados en el país centroasiático. Ya en su día Prodi y hoy Merkel, Brown e incluso Obama ven como la campaña afgana erosiona poco a poco su capital político. España, cuyas tropas ha sufrido recientemente ataques en su área de operaciones al oeste del país, no escapa a esta dinámica.
Los incidentes en Badghis han puesto al conflicto afgano una vez más en el centro del debate político nacional llegando incluso a despertar en parte los fantasmas de la crispación que es su día suscitó la intervención en Irak. Muchas son las diferencias entre la participación española en aquel conflicto y la operación en Afganistán. La principal es, sin duda, el aval de Naciones Unidas a esta última. La otra gran diferencia es el consenso, no por ello menos frágil, entre los dos grupos mayoritarios en el Congreso, acerca de la pertinencia de la participación española en la operación afgana.
Una misión de paz conlleva riesgos. El Gobierno debe decirlo y los ciudadanos deben asumirlo
Reforzar las tropas españolas mejora su seguridad y la de la población afgana
Dicho esto, los recientes ataques cruzados entre la oposición y el Gobierno muestran que el núcleo duro del debate reside no tanto en la presencia de España en Afganistán sino en la naturaleza, para algunos supuesta, del despliegue: la operación de mantenimiento de la paz.
El deterioro de la seguridad en la provincia de Badghis, donde están desplegados nuestros hombres y mujeres de uniforme, ciertamente tiene una influencia determinante en el marco operativo de la misión pero no altera en medida alguna, al menos a día de hoy, la naturaleza del mandato que la legitima ni su naturaleza de misión de paz. Este punto, aunque en apariencia meramente conceptual, es sin embargo de grandísima importancia, y está en el centro del debate no sólo en España sino también en la mayoría de los países que tienen tropas desplegadas en Afganistán en estos momentos. Es la falta de entendimiento, ya sea derivada de la ignorancia de la ciudadanía o de la falta de capacidad o voluntad de los gobiernos europeos de explicar con claridad la naturaleza y los riesgos intrínsecos de las operaciones de paz, y en este caso la de Afganistán, la que genera las críticas, el rechazo a la operación e incluso, como veremos más adelante, serias limitaciones a nuestras tropas en el terreno.
Nadie, dentro de las fuerzas armadas ignora que las misiones de paz conllevan riesgos, unos riesgos que nuestros hombres y mujeres de uniforme asumen dentro del marco de la labor de los ejércitos. La pregunta es: ¿está la sociedad española tan concienciada como aquellos que viven de primera mano estaoperación? ¿Está preparada para aceptar los riesgos que conllevan las misiones de paz y en particular la de Afganistán?
Estas preguntas no son ni exclusivas del escenario afgano ni de la sociedad española sino que surgen cada vez que se produce un incidente dentro del marco de una misión de paz.
La razón por la que se despliega a las fuerzas armadas en el Líbano, Chad y Afganistán, escenarios todos ellos complicados y en los que existe un mayor o menor grado de violencia activa, es porque cuentan con la formación y los medios -entre otros, la capacidad de hacer uso de la fuerza cuando ésta es requerida y dentro de la legalidad establecida por el mandato y la legislación internacional- de actuar en contextos de inestabilidad y crear las condiciones de seguridad para que el elemento civil pueda llevar a cabo sus tareas de reconstrucción física e institucional.
La reticencia y el rechazo por parte de nuestras sociedades de asumir los riesgos y la pérdida de vidas humanas -que son sin duda signos de empatía y humanidad- no ayudan necesariamente a nuestras fuerzas armadas -a las que sin duda hay que seguir rindiendo honores por su sacrificio- ni a nuestros gobiernos sino todo lo contrario. Como se ha visto en España y en países de su entorno inmediato, la psicosis del bodybag syndrome, las imágenes de los soldados caídos y el dolor de sus familias, influye de forma determinante en el apoyo o rechazo a una operación de paz. El rechazo popular erosiona el capital político del ejecutivo, que para mitigar los daños impone restricciones a las fuerzas en el terreno -los conocidos como caveats- con el fin de reducir la exposición de las tropas a los peligros, lo que a su vez restringe la capacidad operativa de los contingentes para realizar las tareas que les han sido encomendadas. Un mayor entendimiento por parte de la sociedad y un mayor esfuerzo por parte de los gobiernos para explicar de forma clara la naturaleza de la misión en Afganistán serían pues de gran ayuda.
Dicho esto, por muy amplia y completa que sea la información difundida, nada de lo anterior justificaría la temeridad ni el apoyo incondicional a una misión de paz que degenera hasta el punto de la guerra abierta, pero hace un llamamiento a la reflexión sobre el papel de nuestras fuerzas armadas en Afganistán. Hoy por hoy, son necesarios más medios, humanos y materiales para que nuestras tropas cumplan con su mandato: garantizar la seguridad de Badghis contribuyendo así a la consolidación del gobierno afgano en la provincia y facilitando la labor de reconstrucción de una de las regiones más pobres del país.
El posible refuerzo del contingente del Equipo de Reconstrucción Provincial (PRT) de Qal-i-Naw con un grupo táctico de entre 200 y 250 efectivos, contribuirá tanto a la seguridad de nuestras tropas, como a la seguridad de la población de la región y al incremento de la capacidad de nuestros hombres y mujeres de cumplir con las tareas que les han sido encomendadas, que al fin y al cabo son las que justifican nuestra presencia en el escenario afgano.
Pero el posible aumento de tropas ha de acompañarse con una campaña de información sobre la naturaleza de la misión, sus riesgos, sus logros y sus fallos. Asimismo, frente al replanteamiento de la estrategia a seguir por parte de Estados Unidos y sus aliados, y de los poco halagüeños desarrollos en el país centroasiático, es necesario unirse a ese proceso de reflexión y examinar de nuevo los términos, modalidades y objetivos de la participación española en la misión. Ello no quiere decir que haya que plantearse necesariamente la retirada, sino reflexionar, como lo han hecho Estados Unidos, Canadá, Holanda o el Reino Unido, sobre el porqué, el cómo y el hasta cuándo de la misión.
Alemania y Francia han anunciado que impulsarán la celebración de una conferencia internacional sobre Afganistán antes de finales de 2009 para ayudar a ese país a "asumir más y más responsabilidades" y a lograr progresos verificables en las áreas de seguridad, gobernanza y desarrollo, según ha afirmado la canciller alemana. Convendría que para entonces las distintas naciones de la OTAN -y sus ciudadanos-, incluida España, tuvieran claro hasta dónde y cuándo están dispuestas a llegar.
Gabriel Reyes Leguen es coordinador de proyectos en el Programa de Oriente Medio y del Mediterráneo del Centro Internacional de Toledo para la Paz (CITpax).
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