La playa de Madrid se queda seca
El bajo nivel del pantano de San Juan perjudica al turismo de la zona - La mayoría de los usuarios son familias que no pueden irse de vacaciones
No es un espejismo. En medio del desierto hay una sombrilla. Tres mujeres en bañador juegan debajo a las cartas. Unos pasos más y se alcanza la cima del cerro de arena. Edgard, un trabajador ecuatoriano, lo escala y anuncia a su familia (mujer, abuela, niños y radiocasete con boleros): "Hasta aquí llegaba el año pasado el agua". Este mes de agosto el pantano se abre ante ellos muchos metros más abajo. Una treintena de personas se agrupan en la orilla como supervivientes de un naufragio que ha dejado el suelo sembrado de latas de atún vacías.
Es el pantano de San Juan, la llamada playa de Madrid. O lo que queda de ella este caluroso verano en que las aguas se han retirado para regar los campos de patatas de Toledo y dar de beber a los habitantes del centro peninsular.
Son pocos pero festivos. Familias de toda la Comunidad se acercan empujadas por el calor a la mayor masa de agua de Madrid habilitada para el baño y la navegación. "¿Quién puede ir al mar, mijo?", pregunta la mujer de Edgard. Su marido y ella trabajan en verano, él en la construcción y ella en el servicio doméstico. Un billete de autobús a la sierra es incomparablemente más barato que un fin de semana en Benidorm.
La mayoría de bañistas son trabajadores latinos que construyen sobre la arena cabañas con maderos y sábanas para resistir los 40 grados de sol. También hay familias de la localidad madrileña cercana de San Martín de Valdeiglesias o de la toledana de Talavera con sombrillas y tortillas de patata. A la hora de máxima afluencia, esta zona del pantano de San Juan, conocida como El Muro, la más accesible en autobús -tras una caminata de 20 minutos-, tendrá 50 personas.
Disperso por los 15 kilómetros de playa del pantano, se ve algún grupo más de familias de la zona o de trabajadores de Europa del Este. Nada comparado con la afluencia de otros años.
El pantano está a un 33% de su capacidad. En las mismas fechas el año pasado, rozaba el 72%.La decisión de la Confederación Hidrográfica del Tajo (que gestiona las aguas del pantano de San Juan) de utilizar en verano las reservas para abastecer a las ciudades y cultivos de los alrededores ha indignado en las localidades costeras, acostumbradas al agua no se toque hasta el final de la temporada de baños.
Las marcas del nivel que alcanzó el pantano acuchillan la pared de la hondonada. La orilla aparece enfangada, el agua turbia. Una madre y su hija juegan a untarse de fango como místicos del Ganges.
Miguel, de 16 años, se mete con su novia en el embalse. Cuando el agua les llega por la cintura, la chica consigue convencerle de que se quite la gorra de rapero. Lo hace de mala gana. Su madre se baña al lado, y a Miguel no le divierte verla saludándole con la mano. "Hay pescados. Me tocó uno en la pierna", ríe la señora. "¿Duro o despacito?", le pregunta otra bañista alarmada: "¿No habrá medusas por aquí?".
Una línea de balizas separa a los bañistas de los pantalanes con pequeñas embarcaciones que ocupan la mayor parte del embalse. De un lado queda lo que los propios usuarios llaman "la playa de los pobres"; del otro, las motoras y veleros de un mástil.
Hay más de mil embarcaciones con licencia repartidas entre cinco clubes náuticos. Este año, sin embargo, casi ninguna navega. "El centro del embalse está lleno de islas", se queja el vigilante de uno de los puntos de atraque. El fondo está demasiado cerca y embarrancar es fácil. "Salir con el barquito es una locura", reconoce un navegante, Iván Eneriz, mientras carga los esquíes acuáticos en su motora. "Este año se han roto muchísimos barcos. No se puede navegar". Él va a intentar un paseo. Lo hace cada dos o tres días en verano.
El turismo náutico representa una de los pilares económicos de pueblos como Pelayos de la Presa (2.417 habitantes) y San Martín de Valdeiglesias (que pasa de los 7.888 habitantes censados a 25.000 en verano). Por eso, el vaciado del embalse en temporada alta ha soliviantado a los alcaldes de la cuenca del río que riega la zona, el Alberche. Acusan a la Confederación de trasvases "precipitados, anormales y exagerados".
Según los Ayuntamientos, los desembalses están afectando ya al abastecimiento de urbanizaciones de la zona. Desde la Confederación se defienden argumentando que el año ha sido pluviométricamente malo y que sólo han recibido un tercio del agua que les llegó el año pasado. Los datos de la Agencia Española de Meteorología les dan la razón: las lluvias de primavera han sido parcas. Los municipios no lo niegan, "pero el embalse está a los niveles de 2005, y ese año la sequía fue mucho peor que éste", explica el consistorio de San Martín de Valdeiglesias.
El problema reside en el criterio según el que usar el agua que hay. Los Ayuntamientos admiten que la prioridad sea el agua de boca (para el consumo humano), pero exigen que a la utilización lúdica de los pantanos de San Juan y de El Burguillo (a 15 kilómetros, en Ávila) se le dé el segundo lugar en la clasificación, al menos durante los meses de verano. "Que trasvasen después de agosto lo que sea necesario; pero no ahora, que nos arruinan", protestan.
La Confederación se agarra a la Ley del Agua: el uso recreativo es sólo la séptima prioridad, por detrás de la agricultura y todas las formas de industria. El Canal de Isabel II, de la Comunidad de Madrid, está de acuerdo con el criterio, aunque sostiene que este año han utilizado sólo la mitad de la concesión de aguas del Alberche que le corresponde (108 hectómetros, contra 220) porque las aportaciones pluviales al río han sido escasas y no quieren sobreexplotarlo. Eso equivale a decir que el grueso de los trasvases ha sido para satisfacer usos agrícolas e industriales.
Los Ayuntamientos argumentan que siempre ha existido un "acuerdo tácito" con la administración central en que los pueblos de San Juan necesitaban el pantano lleno para sobrevivir. Desde la Confederación niegan el pacto histórico, de la misma forma que niegan que se estén utilizando prioritariamente los embalses de San Juan y El Burguillo por capricho. "Hay otros de la cuenca que permanecen más llenos. Es cierto", reconoce una portavoz del organismo, "pero es que son contraembalses que se mantienen llenos hasta que llega una emergencia".
Los ecologistas aplauden la política de la Confederación. "Los embalses se llenan cuando llueve, y se utilizan en verano. La preferencia es el consumo humano; lo de las embarcaciones es algo anacrónico. Una cosa de privilegiados que tiene que desaparecer", explica Santiago Martín, responsable en agua de Ecologistas en Acción. Su posición es que un embalse es una infraestructura pública demasiado cara y que el fin de semana de unos pocos usuarios no debe condicionar la política hidrológica nacional. "Tendrán que reconvertirse, porque la suya es una industria insostenible", remacha Martín.
Los ecologistas también se confiesan poco conmovidos por los problemas de abastecimiento de las urbanizaciones de la zona. De hecho, denuncian la proliferación de segundas residencias amparada por el polémico desdoblamiento de la carretera de los pantanos, la M-501.
Este es un frente en el que el principal actor es otro poder administrativo: la Comunidad de Madrid, que en 2006 comenzó unas obras condenadas por la Comisión Europea por no tener Declaración de Impacto Medioambiental. La Comunidad se ampara en que el elevado número de siniestros (especialmente choques frontales) y los atascos obligaban a intervenir. La presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, ya ha sugerido, ante el espanto de los ecologistas, que piensa ampliar el desdoblamiento hasta Brunete a través de una zona de bosque mediterráneo de gran valor.
Los atascos son un termómetro irrefutable de la salud turística del enclave. Mientras esta Semana Santa, antes del vaciado del pantano, las retenciones en torno a San Juan fueron las peores de Madrid, -con colas de hasta 12 kilómetros- este verano apenas ha habido atascos de una hora. Una broma de mal gusto para las familias que se suben al coche dispuestas a disfrutar de los atascos de tres horas que se consiguen los viernes con buena afluencia.
Los chiringuitos de la zona sí que echan realmente de menos la visión de serpientes de coches kilométricas. "La caja este verano se nos ha quedado en la mitad", se queja Vicente, propietario del bar Vicente. En un año de crisis global, el problema del agua ha dejado sin empleo a camareros, jardineros y restauradores que concentran en los meses de verano el grueso de sus ingresos. Y precisamente la crisis parecía al principio del año una buena noticia.
"Pensábamos que podría significar que gente que normalmente se va en verano a la playa se iba a quedar por Madrid y subir al pantano", explica un portavoz del Ayuntamiento de San Martín. "No sólo no ha sido así, sino que los que vienen se traen encima las cervezas en una neverita", desespera Vicente.
A los empleados de los clubes náuticos también les está resultando un verano penoso. Tienen poco trasiego, pero para que los barcos no se queden varados se ven obligados a bajar los pantalanes a medida que desciende el nivel del agua. "En julio todos los días nos tocaba la paliza", explica un trabajador. Teme que este año no alcance el agua para celebrar la primera regata de septiembre. Eso significaría que el parón turístico se extendería hasta que llegasen las lluvias.
En los embarcaderos distinguen entre navegantes de verano y de invierno. En verano suele haber menos movimiento porque los usuarios fijos, los que suben al embalse cada fin de semana del año, tienen el suficiente poder adquisitivo como para salir de vacaciones en agosto. 4.000 euros cuesta la cuota de entrada para ser socio de un club. "Tampoco es prohibitiva", explica un empleado. "Cuando abrimos, en 1957, [el pantano se inauguró dos años antes], aquí había pocos socios y de mucho dinero. Ahora puede permitírselo cualquiera con afición. No yo", razona, "pero otros que ganan mejor". La navegación se ha democratizado, pero sigue necesitando una inversión: "150 euros me cuesta al mes atracar la lancha", explica Iván desamarrando el barco de los esquíes. En los atracaderos también abundan los hidropedales y las piraguas, aún más democráticos. Los cursos de vela también son una tradición en la zona.
Sobre la arena queda un velero que nadie consiguió salvar a tiempo. Permanece varado a diez metros del agua, recostado sobre la arena. Otro recuerdo del verano de la crisis. La madre del bañista Miguel no quiere saber nada de naufragios ni problemas. Este es su fin de semana y sigue sin salir del agua. Tampoco se aleja de la orilla. "Es que no sé nadar", explica. Actúa con prudencia teniendo en cuenta que las muertes en el pantano son comunes. Una decena de personas se han ahogado esta década en San Juan. Ninguna este año, una ventaja de la pobre afluencia al 'litoral' madrileño. Siempre se puede ver el vaso medio lleno.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.