_
_
_
_
extraña en el paraíso
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Depilados

Se nos ha caído el pelo. Para ser más precisos, nos lo hemos arrancado. Con saña y cualquier arma a nuestro alcance: cuchillas, pinzas, ardientes ceras y, últimamente, rayos láser de ciencia ficción que achicharran el folículo piloso para que la lacra no vuelva a mancillar nuestra piel. Las españolas somos las europeas que más, antes y en más sitios nos depilamos. La exterminación masiva y concienzuda del vello corporal solía ser cosa de mujeres, pero hace tiempo que los hombres se unieron a la lucha.

El diseñador Tom Ford ha denunciado más de una vez que vivimos en una sociedad sin pelo. Nos pulimos y enceramos. Más como un coche o una muñeca que como solían los humanos. Y no hace falta volver a las cuevas para encontrar el capilar perdido. Pocas décadas atrás, Burt Reynolds o Sean Connery se ganaban la vida como símbolos sexuales de pelo en pecho. Semejante alarde de frondosidad parece hoy restringido a los osos.

Ya no cumple funciones esenciales para la supervivencia, así que hemos decidido que nuestro destino pasa por eliminar el vello. Irreversiblemente. Igual que el dedo meñique del pie que estamos a punto de dejar en la estacada evolutiva. "Cada vez nos gusta menos el pelo", asegura Leticia B. Carrera, de los centros Felicidad Carrera de Madrid. El año pasado invirtió en un aparato de láser soprano -penúltima innovación tecnológica: sin relación con las prácticas de mafiosos televisivos- y ya nadie le pide la cera. Total, por un poco más te lo quitas para siempre. Con el miedo que da decir "para siempre".

Es cierto que la obsesión es antigua y que las fórmulas de tortura siempre han sido imaginativas. Arrancar pelos de la cara con un hilo de algodón retorcido podría parecer un servicio más propio del spa de Guantánamo que de un salón de belleza. Pero es la curiosa oferta de Con Hilo Depilo. Se trata de recuperar una técnica oriental que, aseguran, resulta menos agresiva que las pinzas. La antigüedad de la patología recuerda que además del propósito embellecedor existe una cuestión de higiene. Pero seamos serios. Eso no explica por qué el 70% de las clientas de Leticia que se depilan las ingles lo hacen a la brasileña.

En ese parque de atracciones británico que nos anima el verano con tonterías como prohibir los bañadores slip han tenido otra idea brillante. Depilación gratuita para asegurarse que sus clientes exhiben decorosos -es decir, lampiños- muslos. Tanta unanimidad asusta. Y acabará por convertir a espaldas peludas y mostachos femeninos en instrumentos de rebeldía y contestación social. Prepárense.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_