El cura asesino de Madrid
La Iglesia sigue siendo reticente a mostrar su historia más negra
El primer obispo de Madrid duró muy poco. Monseñor Martínez Izquierdo apenas estaba empezando a poner orden en el disipado clero madrileño cuando, ocho meses después de tomar posesión de la nueva diócesis, uno de esos curas indisciplinados con los que pretendía acabar le metió tres tiros por la espalda. Fue el Domingo de Ramos de 1886, en las escaleras de la colegiata de San Isidro, en plena calle Toledo. Tras dispararle, el cura Galeote, su asesino, gritó: "¡Ya estoy vengado!". La muchedumbre que estaba entrando a misa casi lo lincha.
Galeote no fue el primer cura asesino de Madrid. "Se daban bastantes casos, pero la Iglesia siempre los escondió", explica Salvador Daza, co-autor del libro De la santidad al crimen: clérigos homicidas en España (1535-1821). Según el historiador, la Iglesia sigue siendo reticente a mostrar su historia más negra: "Acceder a los archivos eclesiásticos no resulta nada fácil, aunque hayan pasado siglos; para ellos 200 años no son nada". Durante su investigación, muchas veces ocultó el tema de su libro ante las instancias religiosas para así esquivar el secretismo y conseguir permiso para rastrear entre los viejos archivos los crímenes de los hombres santos. Encontró, por ejemplo, el asesinato de la calle de las Beatas de 1776, el primero en Madrid en el que un sacerdote fue sometido a un proceso civil sin tener que esperar a que actuase antes la justicia eclesiástica ("durante siglos, la Iglesia se había limitado a cambiar a los curas homicidas de parroquia y esperar que la gente olvidase el crimen", explica Daza). El cura de la calle de las Beatas se enamoró de una viuda joven que le cosía la sotana y a la que decidió acosar para obtener favores carnales, llegando incluso a ofrecerle serenatas. "Al final, un vecino se atrevió a hacer un comentario del tipo, 'este ni es cura ni es nada, es un sinvergüenza", explica el historiador, "cosa que ofendió el honor calderoniano del fraile, que, sin más, se cargó al vecino a los dos días". La justicia lo habría condenado a muerte (previa desconsagración), pero Carlos III intervino para salvaguardar el buen nombre de la Iglesia. Peor suerte tuvo el padre Sanvítores, al que colgaron en la Plaza de la Cebada en 1815 por matar a martillazos a su mantenida. Lo hizo por celos, después de acostarse con ella y darle la absolución para que no muriese en pecado.
"Ya estoy vengado", gritó el párroco Galeote tras disparar por tres veces al obispo
En 1815 ya habían colgado al padre Sanvítores por matar a martillazos a su mantenida
A los curas homicidas, como a los demás mortales, les mueven las bajas pasiones. "Abunda el crimen pasional, ya que la mayoría del clero no era vocacional ni célibe", dice el historiador, "pero también hay bastantes asesinatos por poder, una suerte de parricidios, en los que se mata al superior". Detrás, siempre está el honor herido, ya que los religiosos eran educados en el privilegio, y si veían su estatus atacado, reaccionaban violentamente. "Todavía vemos ese prurito hoy en día, en la prepotencia de los obispos", opina Daza.
Al cura Galeote, malhumorado y pendenciero, le habían quitado una misa. Perdía dinero y por ello se quejó amargamente a Monseñor Martínez Izquierdo, pero éste no le hizo ni caso. Galeote se ofendió y decidió solucionarlo al grito de "¡Ya estoy vengado!". El caso fue muy sonado no sólo por la condición de la víctima (carismático obispo de mano dura) y el asesino (sacerdote excéntrico, amancebado y avaricioso). Fue, además, un proceso clave para legitimar la psiquiatría en España, ya que se discutió si Galeote era responsable de sus actos y si era humano ejecutarle en el caso de que estuviese loco.
Al final decidieron que no, y le internaron en el manicomio de Leganés, donde el director Luis Simarro encabezaba el nacimiento de la psiquiatría moderna. El centro de salud Santa Isabel sólo conserva de la antigua Casa de Dementes su fabulosa fachada neomudéjar. Por dentro todo es nuevo. En el instituto psiquiátrico, hasta el lenguaje ha cambiado. En época de Galeote, los psiquiatras eran frenópatas. Defendían el degeneracionismo, según el cual las taras mentales se manifestaban en taras físicas (en el caso de Galeote se hizo hincapié en su sordera, el marimachismo de una de sus hermanas y la cara estrambótica de otra). A los enfermos mentales entonces se les llamaba monomaniacos, imbéciles, degenerados o simplemente locos, así en general. El manicomio de Leganés fue la tumba de Galeote, que murió de viejo en 1922.
La tumba del obispo se encuentra bajo el altar de San Isidro, la iglesia en la que le dispararon. Por fuera, el templo está prácticamente igual que entonces (sólo las torres eran un poco más bajas). Por dentro, también. Salvo por las velas eléctricas, que funcionan con monedas de 10 céntimos, y por las cámaras de los turistas, podríamos estar en 1886. Efectivamente, para la Iglesia, 123 años no son nada.
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