La energía del joven nubio
Durante aquel viaje por El Cairo el guía que me acompañaba, un musulmán muy religioso, me dijo que llegada la hora debería realizar las oraciones preceptivas. Mientras yo tomaba una copa en la piscina del hotel Mena House, en Gizeh, frente a las pirámides, el guía sacó una esterilla de su mochila, la extendió junto a mi hamaca, se arrodilló con la cabeza en dirección a La Meca y comenzó a murmurar suras del Corán. Allá abajo El Cairo expelía un aire repleto de hedor bíblico, pero el sol después de poner a hervir aquel basurero se convertía en dios y doraba el jardín del Mena House Oberoi de forma absolutamente incontaminada.
Este hotel fue antes palacio de la familia real egipcia que le servía de apeadero para los días de caza en el desierto y lo utilizó Eugenia de Montijo cuando fue a Egipto a inaugurar el canal de Suez. Ahora por allí pasaban marajás de India, magnates del petróleo, jeques del desierto con turbantes rojos y chilabas de seda blanca, pero esos días en el borde de la piscina había también un ser gordito con el pelo color calabaza rodeado de muchachas de cara lavada con lejía, que parecían escucharle como a un gurú y él les hablaba con voz nasal, como la de un pato de Tejas. Este tipo en su primera encarnación, tal vez, había sido sobrino carnal de Amenofis IV, según supe después.
Eugenia de Montijo también se alojó en este antiguo palacio de la familia real egipcia
En la piscina del hotel Mena House en aquel momento se realizaban otros ritos más o menos sagrados. Mientras mi guía rezaba a Alá, un joven nubio que pertenecía al equipo espiritual del gordito de Tejas, le imponía las manos a una rubia norteamericana. La muchacha había dejado el zumo de mango en el césped junto a la toalla, había llamado al joven nubio y éste se le acercó sabiendo de antemano lo que debía hacer. Ella cerró los ojos y extendió los brazos con las manos abiertas hacia arriba. El nubio posó sus palmas sobre las de la chica y la pareja quedó conectada mediante una profunda y sinuosa oración. Le está trasmitiendo energía, dijo alguien. Desde el fondo de la tierra sale un fluido magnético que después de atravesar el cuerpo del donante se vierte a través de los brazos en el corazón de ella.
La rubia norteamericana estuvo un tiempo enganchada al joven nubio con los ojos cerrados y con el cuerpo astral en carne viva. Respiraba profundamente, sonreía de forma plácida con una felicidad de arroz con leche y estando así en ese momento comenzaron a cantar todos los minaretes de El Cairo. Finalmente, la pareja se desenganchó y alguien comentó que la chica ya tenía la batería cargada.
Con las pirámides enfrente me sentía dispuesto a creérmelo todo. Cualquiera puede ser Ramsés si se lo propone. En el vestíbulo del hotel estaba anunciado para el sábado siguiente un espectáculo de bailarinas negras del valle de Ritt. Antes tenía que viajar a Asuán para bajar en un barco por el Nilo hasta Luxor. Fue en el templo de Luxor, una tarde entre dos luces, después de unos días de navegación cuando presencié una ceremonia esotérica, que realizaba un coro de brujas. Alguien me dijo que eran gente que se creía descendiente de los faraones. Al acercarme descubrí que el rito lo dirigía aquel tejano gordito de la piscina del hotel Mena House. Entre sombras de divinidades de granito iba todo el grupo con un cirio encendido. Vestían una túnica blanca y las mujeres llevaban la cabellera suelta hasta los riñones. Algunas tenían la mirada de gelatina y caminaban en silencio detrás del gordito del Mena House quien lucía un birrete sacerdotal y un dorado bastón de mando. El joven nubio iba también en la comitiva portando ungüento en un cuenco de ébano labrado. Todos se pusieron en círculo para tocarse unos a otros con una llave en el lumbar mientras el gordito se puso a leer fragmentos del Libro de los Muertos. Estos seres creían que hace miles de años vivieron en este mismo lugar. Eran parientes de faraón Amenofis IV.
De regreso a El Cairo, instalado de nuevo en el Mena House volví a encontrarme con el gordito de Tejas, esta vez en taparrabos, tomando una Coca-Cola tras otra en el borde de la piscina. Sus discípulas bebían agua mineral y daban grititos de felicidad.
En el Mena House Oberoi es necesario habitar en la parte antigua, el viejo palacio, si uno quiere recibir toda la energía que emite la historia, en una habitación cuya terraza tenga como horizonte las tres pirámides y la sombra de la Esfinge. Aquella noche en la sala de fiestas, con las pirámides iluminadas por el último sol que se acaba de ir por el desierto de Libia comenzaron a bailar unas mujeres de la raza omo, que habitan en el triángulo de Etiopía, Sudán y Kenia cuyos cuerpos imposibles y decorados hasta la más secreta piel con colores eran cada uno un Picasso salvaje. Cada número era aplaudido por jeques de Arabia con turbantes rojos y chilabas de seda, por magnates del petróleo, por reyezuelos negros con collares de oro macizo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.