El valor de los ocho primeros
Chema Martínez, de 38 años, segundo finalista español, tras terminar octavo el maratón
Hay sutilezas en el atletismo que nunca dejarán de maravillar, pequeños detalles invisibles para el insensible que se convierten casi en asunto de vida o muerte para el implicado. La diferencia entre quedar octavo o noveno, a minutos del primero, en un maratón en el que participan 102 atletas y terminan 70 puede parecer insignificante, un asunto de orgullo personal del deportista, una nimiedad que poco influye en su prestigio o en su caché, o no más que su marca. Pero para un atleta que vive, entre otras cosas, de las becas de su país, de las subvenciones públicas, o para una federación, para un país, que mide sus prestaciones y su nivel por los puntos que acumula en la tabla final, y en la que sólo puntúan los finalistas de cada prueba, o sea, los ocho primeros, entre el octavo y el noveno hay la misma distancia que entre el blanco y el negro.
Por eso la alegría inmensa de Chema Martínez, veterano, enorme, 38 años, que parecía que había ganado la Champions y sólo había terminado octavo el maratón del Mundial en 2h 14m 4s, a 6m 5s de su mejor marca, a 7m 10s del primero, tras ver caer como moscas a los que salieron a un ritmo más fuerte y feroz sprint con dos portugueses y un japonés. Claro que sería minusvalorar el logro del madrileño olvidar su desesperación al entrar noveno en el estadio de Atenas en 2004 o no valorar en su justa medida su inteligencia en la carrera -vale más el diablo por viejo que por diablo-, desarrollada bajo el seguro esquema de correr de atrás adelante, recogiendo cadáveres al final. Táctica poco arriesgada que desprecia la gran recompensa, pero que asegura, si las cosas van bien, la subsistencia.
Fue Martínez el único español que terminó sonriente. Rafael Iglesias se rompió un gemelo tras pisar un cubrecables y Pedro Nimo (2h 36m 39s) fue 67º. Ganó el keniano Abel Kirui (2h 6m 54s, nuevo récord de los campeonatos).
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