Fragmentos de la Historia

No le faltaron ni las dotes de analista intelectual y político ni las dotes de narrador. Para contar en la historia de la literatura le falló la historia política, que lo dejó en el exilio y lo apartó de la Península durante mucho tiempo. Ya no. Hace años que ya no, y esta antología propone algunas excelentes páginas tanto del narrador como del analista, en particular de la República, del significado del fascismo en los años treinta y del papel del exilio. Arturo Ramoneda ha preparado un prólogo funcional y ha querido abrir y cerrar el volumen con sendas páginas narrativas. Varios fragmentos de su obra autobiográfica Los pasos contados nos meten en la infancia del siglo XIX y nos acercan a retazos de los años treinta mientras que el relato final es un texto de ficción de los años veinte.

Confieso que el material más atractivo es el cuerpo intermedio de la antología y los numerosos artículos y semblanzas que allí han cabido, desde sus notas de viaje de 1919 -su vuelo en el Graf Zepelin para recorrer la distancia de Sevilla a Pernambuco en poco más de tres días- hasta sus entrevistas con el Duce -que da la mano blanda al despedirle- o con el escultor Rodin -quejumbroso- o una pequeña obra maestra como su semblanza de Ramón Gómez de la Serna en París y la devoción de Valery Larbaud. Pero también el lector dará, a veces en un orden algo confuso, con el relato publicado en La Estafeta Literaria de 1966 sobre la salida al exilio de Antonio Machado (lo había contado diez años atrás en un boletín del exilio) o dará también con el tirón de orejas que se permite dar a sus propios colegas de destierro en fecha tan temprana como 1946, porque según le parece "los escritores españoles en el destierro no insistimos todo lo que podríamos en dar a conocer el sufrimiento de la inteligencia española sometida al despotismo cerril de Franco y su Falange". Sólo falta evocar la carcundia católica hegemónica, pero lo hará en un artículo un poco después sobre esa "falsa España" y sus "ideas trasnochadas de un tradicionalismo rancio, pero no como el vino, sino como la manteca, echado a perder". -