ARQUITECTO
La arquitectura es una cuestión polémica. Me refiero a la arquitectura contemporánea, por supuesto. En España, ahora, se habla menos del asunto porque se habla más de urbanismo, corrupción y fiebre ladrillera. Aún así, el tema da para grandes discusiones. La arquitectura, conviene recordarlo, es el único arte que estamos obligados a disfrutar o a sufrir todos los días.
El príncipe de Gales, Carlos Windsor, lleva 25 años batallando contra los edificios modernos. Sus esfuerzos por evitar que el arquitecto Jean Nouvel construya en Londres, cerca de la catedral de San Pablo, han suscitado la enésima ventolera mediática. La mayoría de la población y la prensa popular tienden a alinearse con el príncipe, que ha tenido razón en algunos casos: la nueva National Library de St. Pancras es, en efecto, un engendro espantoso que transmite desolación. Las élites, en cambio, suelen defender la nueva arquitectura.
Ese debate entre lo tradicional y lo moderno carece de gran interés, al igual que las opiniones personales de Carlos Windsor. Personalmente, respetaría un poco más las posiciones del heredero británico si un día se pronunciara sobre el palacio de Buckingham, una de las construcciones más horrendas del continente europeo.
Lo importante, me parece, es la creciente distancia entre la arquitectura y la gente. El cine, al menos en su producción comercial, es considerado un arte popular y todos nos atrevemos a opinar sobre una película que veremos una o dos veces en la vida (salvo si se trata de Pretty woman); la arquitectura, que tenemos continuamente delante de las narices, se ha replegado en cambio, como la economía, a las trincheras tecnocráticas. Diga que no le gusta lo que hace Norman Foster (es mi caso) y quedará automáticamente como un paleto que no entiende nada. Peor: como un paleto que piensa como el príncipe Carlos.
En televisión se habla muy raramente de arquitectura. Recuerdo una serie de la francoalemana Arte que en Cataluña emitió el Canal 33 y algunos documentales en Discovery. Lo que se publica en la prensa escrita suele envolverse en jerga técnica y en frasecillas presuntamente poéticas. Es una lástima.
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