Sobrecogidos por El Fundi
En el cierre del ciclo donostiarra se olía a algo grande. El ambiente en la ciudad estaba desbordado por el día de homenaje al centenario de la Real Sociedad y eso otorgaba a las horas previas, corrida incluida, un ambiente de optimismo que presagiaba algún triunfo. Era tarde de sol y moscas, como reza el dicho taurino. Moscas, que las habría cazado el victorino que le tocó en suerte a Diego Urdiales en quinto lugar. Una alimaña de las que bautizó Ruiz Miguel en sus años de máximo apogeo como lidiador de los toros de esta divisa. El resto de la corrida tuvo toros buenos, como el lote de Padilla, e interesantes como el que cogió a El Fundi y el primero de Urdiales.
Cuando sale el toro, nadie se aburre en la plaza. Fueron dos horas y media de corrida que se pasaron en un suspiro. Emociones desenfrenadas en los tendidos, sudor del que pesa en los toreros, dos matadores en la enfermería, una voltereta sobrecogedora a El Fundi y una puerta grande para Padilla, regalo del ardor que el público tenía que desatascar de alguna manera.
VICTORINO / FUNDI, PADILLA Y URDIALES
Seis toros de Victorino Martín.
El Fundi: pinchazo y estocada (palmas en el único que mató).
Juan José Padilla: pinchazo y estocada desprendida (oreja) y estocada desprendida y descabello (dos orejas tras un aviso).
Diego Urdiales: casi entera (oreja), casi media (ovación, en el que mató por El Fundi) y estocada delantera (saludos).
Parte médico: El Fundi: Traumatismo craneal con pérdida de conciencia, otorragia izquierda y desgarro en bolsa escrotal. Hospitalizado en estado grave.
Juan José Padilla: Traumatismo torácico dorsal, herida contusa en cuero cabelludo y contusiones diversas. Pudo volver al ruedo para matar el sexto.
Plaza de Toros de Illumbe, 15 de agosto de 2009. Última de la Feria de San Sebastián. Media entrada.
Lo más torero de la tarde lo hizo Diego Urdiales. Tiene mérito el de Arnedo
Lo más torero de la tarde lo hizo Diego Urdiales. El de Arnedo tiene mérito. Llegaba a San Sebastián con cuatro corridas en la temporada, tres de ellas en Las Ventas, y el riojano dio dimensión de torero importante. En su primero, la faena fue de gran altura.
Salió decidido con el capote, lanceó con gustó a la verónica y no permitió un error con el toro. La muleta era un examen de los de verdad, el victorino fijo en los muslos de Urdiales. Era un toro bravo, pero sobre todo fiero, de esos que no quitan la mirada de lo que pasa alrededor. Le medía la taleguilla en cada derechazo. Una tanda de naturales fue lo mejor antes de dar muerte al astado y recoger una oreja de mucho más peso que las dos de Padilla en el que cerró la tarde.
Diego Urdiales pisa fuerte. Se quedó solo en la arena. Padilla estaba en la enfermería después de haber cortado una oreja a su primero, que le había dado una paliza de órdago. El Fundi fue llevado inconsciente en brazos de su cuadrilla y dejó Illumbe con el corazón en un puño. El madrileño cayó de espaldas y quedó inerte en el ruedo y el astado le volvió a embestir. Dramático. Urdiales lo pasaportó por la vía rápida y corrió turno para esperar si Padilla podría estoquear el último.
Entonces, al riojano le tocó la china. Una alimaña de Victorino, que siempre quería coger y nunca pasar por la muleta. La respuesta del de Arnedo fue de maestro. Nunca se vio desarmado ni siquiera en apuros; lo intentó, lo macheteó con desplante agarrando el cuerno incluido y estuvo breve con los aceros.
Y cuando la plaza se preparaba para un nuevo esfuerzo de Urdiales, apareció Juan José Padilla en el ruedo. Sin chaquetilla, con la taleguilla vendada y con gestos de dolor. El público se rindió al gestó del jerezano, que bien podía haber acelerado unos minutos su salida para acompañar al riojano aunque fuera desde el callejón.
Y le tocó en suerte un gran victorino. El toro de la feria y colofón de un buen encierro. Mojamo de nombre y 605 kilos. Con transmisión y recorrido por ambos pitones. Padilla, que ya había estado por debajo de su primero, le acompañó en las embestidas mientras pudo; luego optó por los rodillazos y las voces para encandilar a los tendidos. Fue un epílogo muy pobre, pero, mientras los aficionados lamentaban que no se sacara provecho a la buena condición del toro, público y presidente acordaron que era escena de dos orejas. No doy crédito.
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