En silencio y en fila india
Surcando el río Napo desde Coca en busca de las comunidades indígenas de la jungla amazónica de Ecuador. Y un paseo con especial atención a lo que se toca y se pisa
La ciudad de Coca, como hay tantas otras, es una entrada a la Amazonia ecuatoriana pero mantiene una peculiaridad: se trata de una poco agradable ciudad de colonos de paso. Sus calles están permanentemente embarradas por un lodazal negruzco, y el olor a gasoil lo impregna todo. Los petrodólares pasan por aquí, pero no se quedan. Trabajadores petroleros y militares pululan por este portal de la selva de 18.000 habitantes.
El único monumento de la población es la tumba de monseñor Labaka, el obispo alanceado por indios hoaraníes cuando intentaba mediar en la guerra con los petroleros en 1987. El ya legendario franciscano vasco regía una misión dos veces el territorio de Asturias. Hoy, sus sucesores mantienen el mismo espíritu de defensa y desarrollo de las poblaciones indígenas con la obsesión por su desarrollo social y la pervivencia del medio ambiente. En la misión del Coca siempre hay un café, un caldo y una charla tan distendida como interesante para cualquier español que se pierde por estos andurriales.
Desde Coca o Puerto Francisco de Orellana, su otro nombre en honor del extremeño y descubridor del Amazonas -más héroe histórico en Ecuador que en España- se embarca en canoa para surcar el río Napo y llegar a las comunidades indígenas más remotas surcando una corriente en cuyas orillas aún se ven buscadores de oro que, con las crecidas, pueden obtener al día 300 gramos en polvo. En medio de las aguas terrosas hay pescadores equilibristas sobre la proa de las barquichuelas, que sortean como maestros circenses el aluvión de troncos y ramaje que arrastra el río o se bambolean al compás del oleaje que provoca el motor fueraborda de nuestra lancha.
Ecoturismo de verdad
Comienza entonces el llamado ecoturismo, turismo de aventura, contacto con la naturaleza u otras actividades relacionadas. Lo que en muchos casos resulta una fácil excusa para hacerse bonitas fotos, que enseñar a los amigos o relatar visiones tan míticas como falsas sobre anacondas monstruosas y voraces caimanes, no ocurre en el alojamiento Yachana, a tres horas de navegación sur desde Coca.
El emplazamiento obedece a las más estrictas reglas ecológicas en el seno de la profunda selva amazónica. El complejo funciona con energía solar, en su construcción se utilizaron maderas autóctonas, y se buscó la utilización de elementos reciclables y no contaminantes.
El recorrido seguro por el entorno está garantizado bajo la experta guía de un indio shuar (jíbaro), que cuida de tu integridad y tu cabeza. O de Miguel Castañel, nieto de un pionero español, que habita en una aldea próxima a la que regresó después de meses de trabajo, sofocos y desengaño en varias ciudades de Estados Unidos. Ellos le enseñan al dubitativo y temeroso urbanita que el bosque se recorre en silencio, en fila india y pendiente de dónde se pisa y sobre todo en qué tronco se coloca la mano. Salvo para ellos, la selva se ofrece como un terreno donde todo pica o todo muerde en un entorno hostil. Los animales no se ven -la entrada a este gran zoológico oculto en la floresta no te asegura el derecho a fotografiar especies ya sea porque no consigues verlas o porque el diafragama no es lo suficientemente rápido como para capturarlas-, pero se sienten.
El universo de inextricable verdor que guarda la selva sólo se ve cuando se vive en él. Sin embargo, en pocos días, el amigable shuar, con una mirada irónica, y Miguel, con simpatía y bonhomía a raudales, te demuestran las ventajas culinarias de la hoja del árbol bijao, lo nutritivo que resulta la raíz de la palma toquilla (con ella y el agua que discurre por el interior de las lianas se puede sobrevivir en la jungla), el poder repelente antimosquitos del achiote (bija orellana) o las múltiples utilidades caseras de la palma chambira.
Comercio justo
Pero Yachana, con estatus similar a una ONG (Funedesin: Fundación para la educación y el desarrollo integral), te pone además en contacto con 31 comunidades indígenas integradas sobre la base de su producción cafetera y cacaotera. Y todo lo que sale de estas plantaciones se paga a precios justos (por encima de los que ofrecen los intermediarios, casi siempre escasos de escrúpulos). Los beneficios turísticos de su hotel, así como aquellos derivados de la producción de chocolates y mermeladas biológicas exportadas a Estados Unidos, se reinvierten en una clínica y en una granja de experimentación agrícola.
Pero desde hace poco tiempo, a estas orillas meridionales del Napo han llegado los primeros sondeos petroleros. Un mundo diferente, peligroso como las boas y letal como las pirañas, está al acecho.
» José Luis Pérez Regueira es autor de la novela Las huellas del conquistador (Roca Editorial).
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GUÍA
Cómo ir
» Coca está a 480 kilómetros de Quito. Vuelos regulares conectan ambas ciudades. Iberia (902 400 500; www.iberia.es) realiza el trayecto Madrid-Quito a partir de 664 euros, ida y vuelta, tasas incluidas. Lan (902 11 24 24; www.lan.com) vuela desde Madrid o Barcelona (via Madrid) a Quito a partir de 843 euros, todo incluido.
Alojamiento
» Yachana (00 593 22 52 37 77; www.yachana.com) organiza diversos itinerarios (traslado desde Quito incluido) para adentrarse en la selva.
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