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Tribuna:Laboratorio de ideas
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Políticas para recuperarse de la recesión

En mi artículo anterior en estas mismas páginas (14-06-09) analizaba los cinco hitos que había que superar para poder recuperar la tasa potencial de crecimiento y el nivel potencial de PIB, lo que llevaría varios años. En este intento analizar las políticas necesarias para conseguir adelantar ambos objetivos que, básicamente, pasan por una oportuna transición de las políticas de demanda actuales a unas políticas de oferta.

La crisis financiera ha producido una grave recesión derivada de la falta de demanda en la economía, tras la fuerte caída del consumo y de la inversión privadas, generada tanto por el efecto riqueza negativo fruto de las pérdidas de valor de los activos financieros e inmobiliarios en los patrimonios familiar y empresarial, amplificado por el llamado "acelerador financiero", como por el aumento general de la prima de riesgo que ha encarecido permanentemente su financiación y por el menor flujo crediticio por el desapalancamiento de los bancos. Esta caída de la demanda privada de la economía ha sido tratada correctamente mediante un aumento de la demanda pública para compensarla, tanto dejando funcionar y reforzando los estabilizadores automáticos, como desarrollando estímulos fiscales discrecionales, así como ayudando al sistema crediticio inyectándole liquidez y garantizando sus emisiones de deuda para intentar suavizar la caída del crédito y evitar su contracción.

Los problemas del lado de la oferta pasan a jugar el papel fundamental en esta larga recuperación

Sin embargo, estas políticas fiscales y monetarias temporales de sostenimiento de la demanda agregada tienen un límite y en algún momento deben que irse eliminando para poder mantener un marco de estabilidad fiscal y monetaria a largo plazo para poder asegurar un crecimiento futuro no inflacionista. Ahora bien, hay que acertar con el momento oportuno para hacerlo ya que, si se eliminan demasiado pronto, puede producirse una recesión todavía más grave o una depresión como ocurrió en EE UU y si se retiran demasiado tarde, puede generarse una espiral inflacionista y un exceso de deuda, como ocurrió tras la primera crisis petrolífera.

Sin embargo, ahora que la actividad económica parece haber tocado fondo, los problemas del lado de la oferta de la economía pasan a jugar el papel fundamental en esta larga recuperación. La razón está en que dicha caída de la demanda privada ha producido una pérdida notable de la capacidad productiva instalada ya que muchas empresas se han visto forzadas a detener su proceso inversor, eliminar sus existencias, reducir su producción y recortar su empleo para evitar suspender pagos o quebrar, y muchas otras han desaparecido.

Esta pérdida implica, en primer lugar, un aumento del desempleo de larga duración o estructural, ya que hay que recolocar a los desempleados en sectores o empresas en expansión diferentes de aquellos en contracción en que trabajaban, como construcción, automóvil y servicios bancarios, comercio o turismo. Este paro supone una pérdida del stock de capital humano, lo que lleva, a su vez, a un aumento de la NAIRU, es decir, de la tasa de desempleo no aceleradora de la inflación o tasa de paro estructural, debido a un proceso de histéresis, por el que desempleados de larga duración pueden sufrir una pérdida de capital humano tal que pueda excluirlos del mercado de trabajo.

En segundo lugar, supone asimismo una menor acumulación de capital físico, lo que, unido a una mayor obsolescencia del capital instalado, hace que, a medio plazo, caiga la productividad total de los factores (PTF), es decir, la diferencia entre la tasa de crecimiento de la producción total y la tasa ponderada de incremento de los factores de producción (capital humano y capital físico), o el efecto sobre el crecimiento de la I+D+i y de la eficiencia en la combinación de dichos factores, que es ya más importante que el del trabajo y la inversión para alcanzar el crecimiento potencial, cuya caída puede ser todavía mayor si el coste del capital continúa manteniéndose elevado.

En tercer lugar, el efecto combinado de ambos efectos implica una caída de la tasa de crecimiento y del nivel de PIB potenciales, lo que alarga todavía más conseguir la recuperación. Un análisis reciente de la DG de Economía y Finanzas (ECFIN) de la Comisión Europea, basado en su modelo DSGE QUEST III, muestra que la tasa de crecimiento potencial de la zona euro en 2009-2010 caerá a la mitad de la de 2008, del 1,3% al 0,7% en su estimación media. Esta menor tasa de crecimiento potencial a corto plazo producirá una pérdida acumulada del nivel de PIB potencial de la zona euro de 3%, en 2013, frente al nivel precrisis. Esta pérdida de PIB potencial es optimista ya que dicho modelo estima que la zona euro sólo conseguirá recuperar su tasa de crecimiento potencial precrisis en 2013. Este análisis muestra la necesidad urgente de fortalecer la deteriorada oferta productiva de la economía, para intentar adelantar la recuperación a partir de tener un crecimiento positivo.

Para conseguirlo, los Gobiernos deben, en primer lugar, reformar algunas políticas actuales resistiéndose a las presiones proteccionistas de los ya establecidos. Las crisis tienden a producir una reestructuración de las actividades económicas, tanto entre sectores como dentro de cada sector, que aumentan la productividad. De ahí que, tan pronto se alcance una tasa de crecimiento positiva, las medidas iniciales destinadas a que algunas empresas viables sobrevivan, deben irse eliminando. Durante los años precrisis se ha avanzado notablemente en facilitar la entrada en el mercado de nuevas empresas competidoras y tan pronto como haya crecimiento positivo, debe facilitarse también la salida de las que no puedan competir, a lo que ayudará la entrada en vigor de la nueva directiva de servicios.

Asimismo, debe evitarse que los mercados laborales reduzcan el crecimiento potencial. La experiencia de crisis pasadas muestra que los mercados laborales segmentados con una elevada protección de los insiders y una baja protección de los outsiders, ha conducido a elevadas tasas de desempleo estructural y a marginalizar a las mujeres y a los jóvenes del mercado de trabajo. Hay que acabar con dicha segmentación y fomentar la inclusión de todos los trabajadores y la flexi-seguridad, es decir, la protección al trabajador y no al puesto de trabajo, que está permitiendo que algunos países nórdicos tengan hoy tasas muy bajas de desempleo y de desempleo de larga duración.

También hay que minimizar los desincentivos a trabajar, reduciendo la duración del subsidio de desempleo y aumentando su generosidad y su tiempo de formación y reciclaje, lo que hará el empleo más contracíclico, así como reduciendo los impuestos sobre el trabajo para que la diferencia entre el salario antes y después de impuestos sea menor. Finalmente, hay que evitar que el envejecimiento de la población y el sistema de jubilación reduzcan la fuerza laboral, tanto reformando los sistemas de incapacidad y de jubilación anticipada como adaptando la edad de retiro a los aumentos de la esperanza de vida.

En segundo lugar, los Gobiernos deben tratar de incrementar la PTF. Reformando los sistemas educativos y de formación que abarquen toda la vida laboral, para conseguir tener una fuerza laboral cualificada, adaptable y que consiga mayores tasas de participación y productividad. Fomentando en mayor medida las actividades de I+D+i, ahora que están siendo afectadas por el mayor coste de su financiación. Reformando los sistemas de educación universitaria para mejorar tanto su competencia, su calidad y su eficiencia como sus resultados en investigación aplicada e innovación. Y desarrollando tecnologías verdes para combatir el cambio climático, ya que algunas de ellas están ya madurando y teniendo un mayor potencial de eficiencia derivado de sus economías de escala y de su curva de aprendizaje. En mi próximo artículo aplicaré este análisis al caso español.

Guillermo de la Dehesa es presidente del Centre for Economic Policy Research, CEPR.

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