Nos amamos de por vida
Recuerdo a la sardina de muchísimas formas, y no todas relacionadas con un plato propiamente dicho.
Recuerdo cuando era niño y en mi pueblo natal se hacía el famoso entierro de la sardina. Creo que este fue mi primer contacto con ellas. No fue el mejor de todos, para decir la verdad. Sardinas a mansalva, sin desescamar, sin destripar (al contrario que como bien nos cuenta en su refinada receta Bernd Knöller). Sardina casi cruda, con tripa y escamas incluidas, y me tocó a mí, pequeño humano entre gigantes, fría y maltrecha. Mala experiencia para ser la primera...
Luego y tras comerlas bien arregladas y fritas en casa de mi abuela, abiertas en mariposa, llegué a quererlas un poco. Pero fue ya de cocinero cuando la conocí en primera persona, sin intermediarios y "nos amamos de por vida..."
Combinan a la perfección con las materias grasas, a las que dan frescura
Además, la sardina ha sido uno de los iconos en el mensaje de los cocineros a la hora de reivindicar el producto de calidad, frescor y características organolépticas, y no por el precio del producto.