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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Historias portentosas

Algo debe significar que no se haya traducido al español, hasta ahora, ninguna obra de Elias Khoury (Beirut, 1948), escritor en lengua árabe de la importancia de los hebreos David Grossman y Amos Oz, ambos bien representados en nuestro país. Y no es descabellado postular que la causa sea más política que literaria. Pero extraña a su vez que sea así, pues la literatura de Elias Khoury, enraizada en la cultura árabe y a la vez deudora de la tradición novelística europea, no es una propuesta radical, sino una compleja vivisección del drama palestino, abordado en La cueva del sol con una multiplicidad de perspectivas que obliga al lector a una minuciosa aplicación, para no perderse en sus torrenciales fábulas. Se ha hablado, y el mismo autor lo ha sancionado, de la decisiva contribución de Las mil y una noches a la concepción que el escritor libanés tiene de la ficción. En una entrevista en este periódico declaró: "Como escritor, no trato de llegar al nivel mismo de los hechos, sino que doy cuenta de las distintas maneras de ver una misma cosa". Esta honestidad narrativa le lleva a una exploración que, en efecto, parece no agotarse nunca.

La cueva del sol

Elias Khoury

Traducción de Jaume Ferrer Carmona

Alfaguara. Madrid, 2009

601 páginas. 25 euros

Resulta, por ello, tarea imposible referir en escorzo la espesa maraña de sucesos, experiencias, reflexiones políticas, evocaciones familiares que registran las apretadas páginas de La cueva del sol, una voluminosa novela que se sostiene y nutre del interminable monólogo de Jalil frente al moribundo Abu Sálim, también llamado Iz Ad-Din, Jonás, Abd Al-Wahid, Lobo, que yace inconsciente en un derruido hospital de un campo de refugiados palestino. Jalil cuida del moribundo, en calidad de enfermero voluntario, un periodo que abarca el tiempo de gestación humano, y no cesa de hablar, a veces increpándolo, otras temiendo su muerte, otras deseando que no vuelva a la vida, pero siempre valiéndose de su silencio para construir historias, verdaderas o falsas, que permitan acceder a un sentido, interpretar las penalidades, dar razón del absurdo del amor, discernir la incongruencia o la coyuntura de las convicciones políticas, la práctica de la violencia, la traición, la cobardía... El monólogo deriva en un diálogo epopéyico en el que los vivos se dicen a sí mismos lo que transmiten los muertos: "Contigo he descubierto las muchas personas que habitan en mi interior y siento que con ellas podría conversar eternamente". Esas "muchas personas" se dan cita en una misma voz revelando los secretos y las flaquezas de las acciones privadas y el orgullo y la humillación pública del pueblo palestino, de modo que se articula como la intrahistoria más vívida, mezclando ficción, verdad y creencia, en un admirable intento de reflejar, con la simulación de la palabra hablada, el máximo de realidad. Es, pues, portentosa la ambición que acapara La cueva del sol; contiene tantas historias -muchas inacabadas, como una gentileza al lector, que deberá completarlas- que se necesitaría más de una vida para atenderlas todas.

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