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Columna
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Autoridad

En su excelente artículo del pasado domingo, "Prohibido prohibir", Mario Vargas Llosa señalaba muy bien una de las paradojas de Mayo del 68, un movimiento que habría acabado por consolidar aquello que pretendía subvertir. No son pocos los que consideran que el sesentayochismo lo que hizo fue romper las últimas barreras ideológicas y morales que impedían que el capitalismo se expandiera y adoptara sus formas actuales. Incluso se puede pensar si ese famoso "prohibido prohibir" no le vendría mal a éste como emblema de marca, ya que su desarrollo va ligado a una iconografía en la que la amoralidad y la inutilidad adquieren un valor modélico. La auctoritas, como reconoce don Mario, no ha vuelto a levantar cabeza desde entonces, y en su lugar se nos ofrecen a la admiración personajes sin mérito que, si aún fuese posible prohibir, se avergonzarían de sí mismos. Naturalmente, se sigue prohibiendo, incluso se endurecen las leyes, pero sin que ello afecte a ese espacio ilusorio en el que se regodean los ciudadanos de clase media, al menos hasta que dejan de serlo.

El sesentayochismo no destruyó el Estado, ni el capitalismo, pero sí destruyó, y de esto se lamenta Mario Vargas Llosa, la educación. No estoy muy seguro de que Mayo del 68 iniciara nada y de que no fuera sino la representación espectacular de tendencias que estaban tomando cuerpo en la sociedad occidental desde finales de los 50. Tampoco estoy muy convencido de que el regreso a la autoridad resuelva los problemas a los que hoy se enfrenta la escuela. Es cierto que ésta es un ámbito específico, en nada similar al ámbito del juego, y que el aprendizaje requiere esfuerzo, disciplina y un reconocimiento respetuoso a quienes lo imparten. Pero si la escuela tiene poco que ver con el ámbito del juego, sí tiene, o tenía al menos, mucho que ver con el ámbito familiar. Cuando alguien me recuerda que antes en la escuela se pegaba, suelo responder que sí, pero que en las familias también. La autoridad del maestro reflejaba y hallaba legitimación en la que se ejercía en el ámbito familiar, y adoptaba sus formas. ¿No está ocurriendo hoy lo mismo, con el agravante de que el maestro no tiene que pelear con dos o tres hijos, sino con 20 o 30 alumnos?

Si algo revolucionó el noventayochismo fue la estructura familiar. Lo que ha venido después ha introducido nuevas formas de consumo, la generalización de las nuevas tecnologías y de nuevas formas de acceso al saber, un desplazamiento de la auctoritas a favor de personajes de medio pelo. Es posible que muchos de nuestros alumnos no sepan jamás quién fue Galileo. Aunque su profesor se lo enseñe todos los años, lo olvidarán de inmediato, pero lo sabrán todo, y de forma duradera, de personajes como Cristiano Ronaldo, Paris Hilton y similares. ¿Bastará con restablecer la autoridad para hacernos con estos alumnos? Tengo mis dudas. Bueno, al menos ganaremos en comodidad y algunos alumnos, en efecto, quizá saquen provecho.

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