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Columna
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Calidad

No debe ser fácil definir la calidad, ya que el diccionario de la Real Academia ofrece hasta nueve acepciones para dicho término. Yo, hasta ahora, creía que la calidad era algo así como que una empresa fuese capaz de producir tornillos a un precio razonable y que éstos fuesen resistentes y no se rompieran.

Sin embargo, sometidos como estamos a la dictadura de los ISOs, Qs de plata, oro y brillantes y agencias varias, dicho concepto de la calidad parece haber quedado obsoleto. Ahora, lo que importa no es la naturaleza del tornillo en sí, sino que éste haya sido fabricado siguiendo determinados protocolos y esquemas preestablecidos. La calidad no depende del producto, sino de cómo se obtiene el mismo. Da igual que el tornillo se rompa a la primera presión.

El denominado proceso de Bolonia está provocando que esta concepción de la calidad se vaya instalando en el mundo educativo. Escuchamos que algunos centros nos dicen orgullosos que disponen de una Q de plata, cuando ello en absoluto supone que la formación que puedan recibir sus alumnos tenga porqué ser mejor que la de cualquier otro colegio, sino únicamente que se cumplen determinados estándares de gestión y que alguien ha tenido el suficiente tiempo para rellenar montañas de papeles. También la universidad se encuentra inmersa en el proceso de verificación de la calidad. Para esta fiscalización han surgido agencias estatales -ANECA- y autonómicas. Como en el ejemplo de los tornillos, lo más importante tampoco es el producto en sí, esto es, lo que se va a enseñar al alumno, sino que se disponga de la oportuna habilidad, labia y, sobre todo, tiempo para completar folios y folios justificando la necesidad de que exista una determinada carrera. Puede producirse el caso absurdo de que una facultad lleve más de veinte años impartiendo un título y no obtenga autorización para seguir ofreciéndolo porque alguien opina que ha rellenado mal los papeles.

Otro gran filtro para determinar la calidad de un producto o un servicio son las denominadas "encuestas de satisfacción" (ya saben, "satisfecho", "plenamente satisfecho", etc.). Estos cuestionarios suelen ser realmente divertidos. Así, por ejemplo, el alumno que nunca apareció por el aula, salvo el día de la encuesta, puede manifestar que el profesor no acude a clase o llega tarde. Al que ni siquiera sabe dónde está el despacho del docente se le pregunta si éste está localizable en las tutorías. A fin de cuentas, el cliente siempre tiene razón.

Hace ya tiempo que Braudillard nos habló de la importancia del simulacro. Hoy asistimos, en todos los ámbitos, al simulacro de la calidad. John Kennedy Toole ya nos avanzó en La conjura de los necios hacia dónde se dirige nuestra sociedad. Quizá, la grave crisis en la que nos encontramos inmersos no sea únicamente consecuencia del estallido de la burbuja inmobiliaria.

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