El privilegio de la forma
Tanto en Memorias prematuras (2000), como en Comedia nupcial (2002), ambas en Debate, el chileno Rafael Gumucio (1970) abordó, tras los entretelones políticos y otros asuntos históricos coyunturales, lo más parecido a una búsqueda de la chilenidad. No porque le interese sobremanera la identidad, ni esencialidades afines, sino porque se interroga, me parece, sobre la dinámica entre el ser chileno y su imbricación en los diferentes contextos sociopolíticos por los que su país atravesó en las últimas décadas. Probablemente una impronta orteguiana que convirtió en paradigma el argentino Eduardo Mallea en Historia de una pasión argentina. En este orden de preocupaciones se debería integrar La deuda. Una novela que trata una cuestión de ética política, en una línea de presente histórico que cualquiera podría reconocer como una enfermedad que no conoce fronteras ni idiomas: la corrupción y su contaminante efecto destructivo en personas, ideales e instituciones.
La deuda
Rafael Gumucio
Mondadori. Barcelona, 2009
352 páginas. 18,90 euros
Se nos narra una historia de intereses familiares, políticos y de clase. El drama gira en torno a Fernando Girón, un guionista y productor de documentales que descubre que su contable le ha estado estafando y se disparan las alarmas psicológicas. Salpica relaciones matrimoniales, hunde esperanzas artísticas, remueve malas conciencias. Hasta aquí, una novela en la estela quirúrgica de Balzac y Zola. Me interesa destacar el papel de la forma en la novela de Gumucio. La forma en el sentido en que la definió Jean Rousset: como el desplazamiento de un desorden a un orden. Narrada en tercera persona, esa voz omnisciente que más parece, por su dicción, una cámara llevada al hombro, otorga al relato su tinte naturalista y su calado irónico. Hacia el final, el protagonista encuentra una edición de Contrapunto, de Aldous Huxley. Intenta leerla pero apenas pasa de sus primeros capítulos. Esta referencia no es inocente. Nos conduce al espíritu arquitectónico de La deuda (por cierto, un título muy de Zola). El privilegio de la forma sobre el desorden de los seres distintos o antagónicos, de mayor o menor entidad, que pueblan esta excelente novela.
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