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Columna
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La ética de la picota

Dice Esperanza Aguirre que el otro día le regalaron unas picotas y, mientras se las comía, pensó: "Huy, ahora me van a sacar en el Gürtel". La frase de la presidenta de la Comunidad no tiene desperdicio porque, por debajo de su aparente sencillez e inocuidad, se esconde la vergonzosa actitud de muchos políticos; en concreto, y actualmente, de los del PP: según sus palabras, lo que preocupaba a la señora Aguirre no era tanto si estaba bien, mal o regular aceptar unas picotas de regalo y comérselas tan ricamente sino que la pillaran con la boca llena y la sacaran en el Gürtel. Esto último, eso de que te saquen, lo expresa como quien se refiere a cualquier programa basura de la tele y suena no como una posible imputación sino como un probable robado. Se diría que la presidenta teme más a un paparazzi que a un fiscal y que lo suyo, cuando menos, sería más propio de Sucedió en Madrid que del Tribunal Supremo.

El ejercicio de la política se ha convertido para muchos en un juego de policías y ladrones

Lo que importaría, por tanto, en el ejercicio de la política no sería lo que hagas (presumiblemente el bien público) sino que te cacen haciendo las cosas que no debes, por imitar el vocabulario cinegético que usa el Tribunal Supremo de Valencia cuando se trata de defender e inspirar a la alcaldesa Rita Barberá y que viene a sumarse, con su desagradable alusión a "batidas" y "monterías", al tono general que están teniendo los políticos del PP en los últimos tiempos: barrioaltero, podríamos decir, para distinguir el macarreo que se da en las clases altas y en los barrios bien del que ellos han tachado toda la vida de barriobajero, que en general no se expresa en términos de montería ni sale a la calle con un bolso colgando del brazo, auténtico, de Louis Vuitton (las barriobajeras también los usan pero son de mercadillo, de imitación, de los que la policía confisca a los negros cuando les pillan vendiéndolos en la calle, sobre una sábana, si es que antes no han podido, los negros, salir huyendo como si fueran alimañas). El caso es que, por si hay caso, Aguirre se va al convento de las Clarisas de Chinchón a encomendarse a dios para que el diablo de la justicia no la alcance como si de una mantera se tratara, con tan mala suerte que van las monjitas y le regalan unas pastas, mecachis en la mar. ¿No sería una pasta, en singular?

Pero el caso era que son muy aficionadas a la fruta, estas señoras del PP, la tienen todo el día en la boca, incluso en forma de metáfora. Qué gracia, porque antes a esas mujeres se las llamaba verduleras: barriobajeros y verduleras, decían. Ahora habrá que decir barrioalteros y fruteras, su versión chic. Recordemos, por ejemplo, las peras y las manzanas de la concejal Ana Botella, que, en su afán por mantener el Medio Ambiente de Centro sin piezas podridas, quiso que el pasado Orgullo Gay fuera el último que se celebrase en Chueca, para pasmo de sus propios correligionarios, con quienes ni siquiera tuvo el detalle de debatir antes de semejante atropello y se lanzó al ruedo (seguimos con sus términos) ella solita, rodando cual manzana Golden hasta estrellarse contra un contenedor lleno de homónimos restos de la fiesta. Bueno, pues resulta que la mujer de las peras, amiga personal y familiar de Berlusconi (que sacamos a colación sólo por situarnos), es la misma que ahora habla de hipocresía ante los regalos que reciben los políticos. Los compara con los que se intercambian en otros gremios profesionales, que es, mira por dónde, como mezclar peras con manzanas, por no decir churras con merinas, no vaya a ser que ande suelto algún juez valenciano y acaben las pobres ovejas pagando el pato (¡y dale!), es decir, hechas chuletas en el plato de algún presunto delincuente por cohecho que en agradecimiento por echarle un cable haya invitado al juez a comer, cosa que estaría muy, pero que muy mal. Porque la señora concejal debiera conocer la diferencia entre hacerse regalos de forma privada y entre particulares que hacérselos a un político, presumiblemente a cambio de favores. O sea, un delito. "Estoy comprando un bolso de Louis Vuitton a la alcaldesa. No nos da nada, pero tampoco nos hace nada", decía El Bigotes cuando compraba regalos caros para santa Rita, Rita, lo que se da no se quita. En su caso, no hacerles nada era hacer la vista gorda y, desde luego, no meterles un puro. Y así se han ido forrando unos y otros. Los que hablan de hipocresía. Menudos jetas.

Pero lo más interesante de todo este asunto no radica en saber que esos políticos son unos jetas y unos hipócritas (que ya lo sabíamos), sino en comprobar que el ejercicio de la política se ha convertido para muchos en un juego de policías y ladrones en el que la cosa consiste en que no te pillen y cuelguen tu cabeza en la picota pública. Es decir, con una ética política de barrioalteros y de fruteras.

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