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Columna
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Morir en Afganistán

Afganistán ha costado ya al Reino Unido más bajas mortales que Irak. Concretamente, hasta ayer, 184 muertos, cinco más que los registrados en los seis años de estancia británica en la antigua Mesopotamia. En porcentajes, las bajas británicas, con una presencia militar en el país de 9.000 hombres, son superiores a las sufridas por Estados Unidos, que han perdido 732 hombres de un total de 50.000 efectivos desplegados en Afganistán. No es de extrañar la conmoción que sacudió el país al anunciarse la pérdida de 15 nuevos soldados en los últimos 10 días. El primer ministro, Gordon Brown, acudió inmediatamente a la Cámara de los Comunes para dar explicaciones.

¿Qué hizo la oposición, afortunadamente no compuesta por pacifistas selectivos como los que padecemos en España? Naturalmente, no criticar la guerra, ni la presencia militar británica en Afganistán, sino acusar al primer ministro laborista de "negligencia en el cumplimiento del deber" (palabras del líder conservador, David Cameron) por no suministrar a las tropas el equipo necesario para su seguridad, acusación a la que se sumó en términos parecidos el jefe de los liberales, Nick Clegg. Naturalmente, Brown negó las acusaciones y afirmó que los efectivos británicos estaban perfectamente equipados. Mi compañero Walter Oppenheimer ya relató el martes el desarrollo de la sesión parlamentaria. Lo que me interesa destacar de la intervención de Brown es una frase, que recoge el mensaje que los gobiernos de los 25 países integrados en la ISAF (acrónimo inglés de las fuerzas de la OTAN en Afganistán) deberían estar lanzando constantemente a sus ciudadanos y que no lo hacen, unos por falta de convicción en los fines de la misión, y otros, por razones puramente electorales. Dijo Brown: el objetivo de nuestra presencia es "hacer de Gran Bretaña y del mundo un lugar más seguro". Es precisamente ese concepto de seguridad en casa lo que debería mover a los países europeos a terminar con su actual cicatería en medios humanos y financieros, y apoyar sin reservas los esfuerzos angloamericanos para derrotar definitivamente a la insurgencia talibán.

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Afganistán queda geográficamente muy lejos. Pero un Gobierno talibán en Kabul, con sus consecuencias en el vecino Pakistán y la reaparición física de Al Qaeda, daría alas al yihadismo para perpetrar nuevos atentados terroristas en Occidente. Así lo entendió el presidente Obama al rendir tributo a las recientes bajas británicas. "No podemos permitir que Afganistán o Pakistán se conviertan en un santuario desde donde Al Qaeda pueda volar con impunidad metros en Londres o edificios en Nueva York". Y trenes en Madrid, completaría yo. Porque a los españoles nos afecta muy directamente un eventual resurgimiento de Al Qaeda, que no sólo está escondida en las montañas de Bora Bora y en el Waziristán paquistaní. Su franquicia AQIM (Al Qaeda en el Magreb) está operando cada vez con más intensidad en el norte de África, desde Argelia a Malí y Mauritania. Y no hay que olvidar las amenazas del segundo de Osaba Bin Laden, el egipcio Ayman al Zawahiri, contra la presencia española en Ceuta y Melilla.

Como tampoco hay que olvidar que una cosa es el Obama de los discursos ciceronianos, que expresan una filosofía futura de paz y entendimiento mundiales, y otra, su defensa diaria de los intereses estratégicos de Estados Unidos, entre los que figura de forma primordial la victoria en Afganistán y la estabilización de Pakistán. Los aviones no tripulados del "pacifista" Obama bombardean a diario el Waziristán paquistaní y, por si su postura sobre la integridad de Georgia no hubiera quedado clara en su visita a Moscú, el martes un crucero estadounidense fondeó en aguas georgianas coincidiendo con la visita del presidente Dmitri Medvédev a una base rusa en el territorio secesionista de Osetia del Sur.

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Si Europa no pone su casa en orden y no adopta una postura unificada de cooperación en Afganistán, Washington tomará nota y las aspiraciones europeas de influir en las futuras decisiones estratégicas de Estados Unidos serán nulas. Los líderes europeos deben saber que el problema afgano no tiene soluciones a corto plazo. Su solución es una cuestión de tenacidad y paciencia. Las elecciones presidenciales y provinciales del próximo mes son vitales para la futura estabilidad del país. Pero, aunque salgan bien, sólo supondrán el fin del principio. La reconciliación nacional es el objetivo final. Y ese objetivo se consigue asegurando un mínimo de seguridad a la población, imposible de conseguir sin una disuasoria presencia militar en todo el territorio y, principalmente, en los reductos rebeldes de Helmand y Kandahar, al sur y este del país.

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