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Un viernes sin oración en Xinjiang

China reimpone el toque de queda y cierra las mezquitas en Urumqi

La pequeña mezquita de Baitulla, situada en una callejuela miserable en el barrio uigur de Urumqi, capital de Xinjiang, tiene la cancela cerrada. Varias docenas de hombres, algunos de ellos con barba y el gorro bordado típico de esta minoría musulmana del oeste de China, permanecen de pie junto a sus muros rojos. Tienen el gesto grave. Sentado en un poyete, un anciano rompe el silencio: "Hoy no abrirán las mezquitas. No habrá la oración del viernes. Han dicho que es por nuestra seguridad". "No quieren que se reúnan grupos grandes de gente", añade otro hombre.

Las autoridades chinas clausuraron ayer los templos musulmanes y reimpusieron el toque de queda en Urumqi, sacudida desde el domingo por violentos enfrentamientos entre miembros de las etnias uigur y han. El choque étnico y la intervención policial dejaron, según el Gobierno, 184 muertos (137 han, 46 uigures y un hui), y entre 600 y 800, según las organizaciones de uigures en el exilio. Hay un millar de heridos y más de 1.400 detenidos.

El Ejército ha tomado las calles. Y aunque la situación ha comenzado a normalizarse, continúa existiendo una fuerte tensión. Los uigures tienen miedo de los han. Los han tienen miedo de los uigures, y estos temen también a los militares, casi todos han.

Chabolas, tenderetes de sandías, vendedores de zapatos, peluquerías con viejos sillones blancos y puestos de quincallería flanquean el suelo polvoriento que rodea Baitulla. En esta barriada, vive mucha de la gente cuyos familiares han sido detenidos. No tienen noticias de ellos. "Los soldados se llevaron a mi hijo de 25 años y no sé qué ha sido de él", dice entre sollozos una mujer de unos 50 años, la cabeza cubierta con un pañuelo, en una escalera oscura en un bloque de apartamentos destartalados. "Vinieron y detuvieron a muchos. Algunos tenían sólo 15 años", asegura otro vecino, mientras baja la voz y mira a uno y otro lado.

Miles de soldados, antidisturbios y grupos de operaciones especiales patrullan la ciudad. Las tanquetas ocupan los puntos más sensibles, como la mezquita situada cerca del gran bazar, que tiene las puertas cerradas. En uno de los minaretes, vigilan dos soldados. Para los uigures es un insulto. "Si pudiera, los arrojaría desde allí", dice enfurecido un joven.

La ira de los feligreses forzó la apertura de algunos templos durante algún rato. A las puertas de la mezquita Blanca, Mamam Niyaz, de 64 años y larga barba blanca, se tira al suelo y comienza a rezar, rodeado de medio centenar de personas. Varios guardias le expulsan. "Hoy es viernes de oración", exclama, alzando los brazos. Las voces suben de tono, hasta que sale un hombre del templo, habla con otro en la calle y abre la cancela. Un centenar de hombres entra aliviado en la mezquita.

Un par de horas más tarde, la verja está de nuevo cerrada. Unas 50 personas protestan por las detenciones de familiares. El grupo crece y comienza a dirigirse gritando hacia el barrio han. En cuestión de minutos, varios centenares de antidisturbios toman posiciones expulsando a viandantes y periodistas, tres de los cuales fueron detenidos unas horas por filmar el arresto de los uigures.

Durante todo el día, camiones con altavoces llaman a la calma. Pero miles de habitantes tanto han como uigures, han decidido dejar Urumqi por temor a nuevos incidentes, a pesar de que el Politburó, máximo órgano de poder del Partido Comunista Chino, se ha comprometido a "mantener la estabilidad" en Xinjiang.

Una mujer camina ante un vehículo blindado frente a la mezquita de Urumqi.
Una mujer camina ante un vehículo blindado frente a la mezquita de Urumqi.AP

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