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Columna
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'Ranking'

Uno de los momentos más duros de cualquier ceremonia de los premios Goya o de los Oscar es la sección de necrológicas, el tributo a los profesionales del cine fallecidos a lo largo del último año. No digo que sea duro por la tristeza que provoca la desaparición de compañeros de gremio, que también, sino porque la sucesión de retratos de actores y técnicos suele ir acompañada de una salva de aplausos que incrementan o disminuyen su intensidad dependiendo del nivel de fama del fallecido. Por ejemplo, Fernando Fernán-Gómez se lleva una ovación mientras la foto de un desconocido operador de cámara es recibida con unas tímidas palmas. Todo esto es duro porque establece un ranking de cadáveres, un hit parade en la importancia de fallecimientos, un aplausómetro de lo más siniestro.

Supongo que la muerte de Michael Jackson es el deceso más relevante en la cultura popular desde la defunción de Lady Di. Tan impactante que cuando se lo anunciaba a las personas con la que estaba en un bar esa noche (una larga ristra de sms me habían alertado del acontecimiento), estos no se lo creían. Sonaba demasiado sorprendente, demasiado fuerte. Era joven. Era un símbolo, alguien que está ahí siempre, en sus fracasos y sus éxitos. Además, que la muerte de un famoso te provoque mandar mensajes a los amigos dice mucho de la potencia de la noticia. Como si fuera un 11-S unipersonal. De hecho, un amigo me cuenta que recibió esa noche más mensajes que nunca: más que con una desgracia familiar o con la caída de las Torres Gemelas. Es un notición del que se hablará durante meses.

La vida de Jackson está estructurada como un folletín: niño prodigio, infancia desgraciada, éxito desbordante, problemas con la justicia, operaciones estéticas... Todo perfectamente ajustado a una perfecta biografía de juguete roto. Los programas de la tele que dan vueltas y más vueltas a su muerte tienen la escaleta hecha, el programa diseñado previamente porque sólo cabe repasar su historial para contar una historia de impacto. Pero, claro, ese día también murió Farrah Fawcett y el bombazo de su muerte se vio ensombrecido por el terremoto producido el fallecimiento del rey del pop. Una revisión nostálgica de cabelleras rubias y series de los 70 podría haber inundado las parrillas de televisión y los diarios. Sin embargo, Michael Jackson puntúa más como afamado cuerpo sin vida.

Y por supuesto están los chistes. No hay muerte de famoso que no acarree un montón de chanzas de mal gusto. Michael Jackson es un blanco fácil (no intentaba hacer un chiste con esto, lo juro): referencias a su cambio de color y a las acusaciones de pedofilia poblarán las conversaciones de bar alrededor de su figura. Acabo de ver en Facebook que el dibujante Mauro Entrialgo propone una gracia menos evidente y más elegante que las que contienen operaciones y relaciones con niños. Consciente de que el tema muerte-de-Michael-Jackson está en la calle, Entrialgo plantea un juego, un kinito perfecto para el fin de semana: salir de bares y cada vez que uno oiga en una conversación ajena Michael Jackson, beberse un chupito de tequila. Los resultados pueden ser espectaculares, al borde del coma etílico. Si albergan dudas de lo que significa eso de interés general, aquí tienen un tema de interés generalísimo.

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