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Cosa de dos
Columna
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Anchoas

Lo que hace la tele es retransmitir el fin de la era de la sobriedad, que acabó hace rato, acaso cuando la propia televisión empezó a emitir imágenes. Esta sensación de que en la pantalla aparecen los intestinos de la sociedad no es una ilusión óptica: es el reflejo de la obscenidad que domina el espectáculo de nuestro tiempo.

Contribuimos todos, los telespectadores también; ahí están esos bocadillos apestosos que aparecen debajo de los coloquios, llenos de faltas de ortografía y de denuncias que merecerían una óptica judicial más precisa para acabar también con el fenómeno obsceno del anonimato. Y contribuyen los ciudadanos que aparecen en la tele, políticos incluidos.

No sé en qué género del discurso público podría ingresar lo que dijo ayer de las anchoas y los regalos la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá. En un asunto tan serio como el que se dirime -un supuesto caso de cohecho del presidente Camps-, la alusión a los regalos que recibe Zapatero del presidente Revilla no se debe tomar literalmente a broma. Si fuera un mensaje debajo de los debates que produce la televisión se tomaría, sin más, como una chanza olvidable, pero es que lo ha dicho una alcaldesa.

En fin. Acabada la era de la sobriedad, cualquier cosa es posible. Anoche la televisión hizo de nuevo de escaparate del show con que se despide a Michael Jackson. Decía José Hierro: "Antes, cuando moría un español se mutilaba el universo". Ya la muerte no tiene esos cantos, ni esa reserva. La sociedad asiste a la solemnidad con maracas y luces de neón. Como si la calidad de la muerte -en este caso, la de Jackson- quisiera prolongar el ruido de la vida.

Y este ruido que acompaña el entierro es la imagen más precisa del fin de la sobriedad, un suceso que pasó hace muchísimo tiempo.

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