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Columna
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Caixa Galicia & Caixanova

El dinero es una cosa muy importante. He llegado a esta conclusión después de grandes esfuerzos y de malgastar una enorme energía intelectual meditando sobre su misterio. Mis amigos leían a Paul Valéry o a Nazim Hikmet -a los poetas de aquí y allá- mientras yo, hijo de comerciante al fin, gozaba de mis ensoñaciones con ese místico medio de intercambio. Es una tendencia que no me ha abandonado en mi vida. Ayer mismo me he encontrado con un poeta en medio de la calle y le he preguntado abruptamente por el precio del metro cuadrado en la zona en la que vive. Me ha mirado como si tuviese ante sí a un monstruo arrebatado por una furia inexplicable.

El dinero, se ha dicho muchas veces, es un signo, pero nadie sabe exactamente qué significa. Traducir sus matices es cosa de seres seráficos y sutiles -esto lo sabe cualquiera que haya entrado en un banco de cierta consideración- pero nadie duda de la belleza de sus inflexiones. Si cada diptongo de la lengua gallega sonara a un billete de diez euros su suerte histórica sería bien distinta. La fascinación que ejerce es mayor que la flauta del faquir sobre la serpiente. No es de extrañar, dada su tendencia a desaparecer. Hará uno o dos años, cuando lo había, los efluvios de la felicidad parecían ser universales pero la crisis nos ha dejado yertos como cipreses. Nos hemos dado cuenta ¡pobres de nosotros! de que el capitalismo de casino tiene pies de barro y de que los croupiers hacen trampa.

Martinsa-Fadesa no sólo se juega su futuro en el Juzgado de lo Mercantil número 1 de A Coruña, donde se tramita el concurso de acreedores. La Audiencia Nacional y el Tribunal Económico-Administrativo Central dirimen actualmente procesos abiertos por deudas fiscales de la compañía que se reparten durante los últimos años, incluso antes de que se llevara a cabo su venta a Fernando Martín por parte del empresario Manuel Jove, cerrada en septiembre de 2006.

En España el Gobierno ha habilitado un Fondo de Reestructuración Ordenada del Sistema Bancario (FROB) -estas cosas tienen que ir en mayúscula- para salvar a bancos y cajas de ahorro de sus dificultades. Los problemas de solvencia y liquidez van a jugarle malas pasadas a las entidades que han prestado dinero a tontilocas. Muchas tendrán que fusionarse. Es ése un asunto que se está debatiendo en todos los consejos de administración de España.

¿En todos? No, como en la pequeña aldea gala de Asterix y Obelix, en el noroeste de la península ibérica dos caixas gallegas se resisten. Detrás de la empalizada alguien parece saber cuál es la pócima secreta que asegura las finanzas futuras del país. Alberto Núñez Feijóo advierte de que la fusión no es oportuna por la tormenta financiera, aunque, por si las moscas, la Conselleira de Facenda ha anunciado la designación de un delegado en las caixas. Es justo el argumento inverso al que se utiliza aquende y allende los mares, pero en Galicia somos muy nuestros y siempre hemos demostrado una inteligencia que asombra a propios y extraños. La historia económica del país lo atestigua.

Ahora bien, más allá de la ironía, si Galicia tuviese un proyecto estratégico, y no fuese todo tan evanescente, inconcreto y cogido por los pelos, lo normal sería que la Xunta, los ayuntamientos, las fuerzas políticas, los sindicatos, los empresarios y otros agentes sociales -para utilizar la jerga al uso- estuviesen ahora mismo creando una plataforma para evitar la pérdida posible de dos instituciones que son la sangre de nuestra economía. La ausencia de debate evidencia, una vez más, la carencia de horizonte del país. No se sabe qué dirección tomar. Nunca se ha sabido. Se ha actuado siempre al albur de los acontecimientos, sin haberlo pensado dos veces. Es asombrosa la frivolidad con la que se toman las decisiones.

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Supongamos que los problemas o la necesidad de redimensionamiento de las caixas aconsejen una fusión con una entidad exterior. No sería lo mismo que fuesen absorbidas, digamos que por Caja Madrid, a que intentasen complementar su negocio con otras cajas de menor tamaño que no pusiesen en cuestión la toma de decisiones en Galicia. Al fin y al cabo, las caixas tienen una función social que está ligada al territorio y su pérdida sería gravísima. Al lado de esta posibilidad, lo de Fenosa fue un chiste. Si, en un movimiento posterior, a través de las llamadas cuotas participativas, las caixas se transforman en cuasi bancos -es lo que quieren MAFO y Quintás y, por supuesto, los futuros beneficiarios- Galicia habría perdido su autonomía. Pasaría a ser, como lo arguye el economista Albino Prada, una playa de Madrid.

La otra posibilidad es la fusión entre las dos caixas gallegas, muy complicada por el bonapartismo de sus dirigentes y los problemas de encaje local. Cabría que, para superarlos, la corporación industrial tuviese su sede en Vigo, la dirección financiera en A Coruña y el servicio de estudios en Santiago. Esta opción, aunque obligaría a cierta reconversión, dada la manera en que se solapa la actividad de ambas caixas -pero el citado economista ha demostrado que menor que en otras latitudes- mantendría el nervio económico del país y sería la más beneficiosa para las necesidades de financiación del tejido productivo. Ahora bien ¿lo tiene todo el mundo claro ahí fuera o dejaremos, una vez más, que todo acabe mal?

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