Madoff
Son muy raras algunas sentencias de la justicia, como condenar a un reo a cien años de cárcel. ¿Y por qué no a 500 o a un millón? Por mucho que la ciencia aumente la longevidad del ser humano, es improbable que los delincuentes puedan saldar esa cuenta tan delirante con la ley. Era más verosímil e impactante el concepto de cadena perpetua. Ofrecía la justiciera sensación de que el mal quedaba enjaulado para siempre, que el villano rechinaría sus dientes en la mazmorra hasta su último día. Pero incluso los niños saben que eso es una exageración, que el Estado de derecho resuelve 25 asesinatos perpetrados en nombre de la sojuzgada patria castigando al concienciado autor con 18 años de trullo, que hasta la bestia más cualificada tiene derecho a recobrar la libertad sin necesidad de redimirse. Y si su delito ha sido económico, tampoco le van a retener en la jaula eternamente exigiéndole algo tan cómico como que devuelva la pasta que robó.
Pienso en cosas tan inútiles viendo un jugoso reportaje en Cuatro sobre Bernard Madoff. Han condenado al anciano y audaz estafador de tanto insaciable millonario a infinitos años de cárcel. Pretenden ejemplificar, concentrar en este abyecto chivo expiatorio todos los males del mundo, convencer a los pringados de algo tan mentiroso como que el que la hace la paga, purificar el sistema que alentó y protegió al vandalismo con la grotesca condena a su mercenario más golfo. Su estafa a los bancos más poderosos y a esos ricos que imploraban entrar en su selectísimo club para que les multiplicase el capital, lo pagarán los de siempre, los que han perdido lo poco que tenían. O sea, su trabajo. Consecuencias del efecto mariposa, que diría algún cínico. Ninguna cárcel va a exigirle cuentas al sistema. Las apariencias ya están cubiertas con los 150 años de reclusión que le han caído al exclusivo monstruo.
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