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El avión de Air France se estrelló contra el Atlántico intacto y a gran velocidad

La comisión de investigación descarta la hipótesis de la explosión en vuelo

Antonio Jiménez Barca

El Airbus 330 que salió de Río de Janeiro con destino a París el 1 de junio con 228 personas a bordo y desapareció en medio del océano Atlántico de madrugada no se desintegró en pleno vuelo: se estampó, entero, contra el mar, cuando acumulaba una "gran aceleración vertical". La Oficina de Investigación y Análisis, organismo oficial francés que se encarga de descubrir las causas de este enigmático accidente, ha llegado a esa conclusión después de examinar algunas de las piezas del avión encontradas flotando en medio del océano días atrás.

Por ejemplo: la forma que presentaba la deformación de una plancha del fuselaje da fe del brutal impacto de la parte baja del avión en el agua. También los estantes de los muebles que guardaban la comida del menú del vuelo, arrumbados en el fondo, abajo, indican que el avión sufrió una caída brusca y luego un explosivo choque contra el agua.

La deformación de una plancha del fuselaje da fe del brutal impacto

El hecho de que hayan aparecido chalecos salvavidas sin desembalar revela otro dato: los pasajeros no se preparaban para un amerizaje de emergencia, bien porque nadie les informó de ello y por tanto no lo esperaban o bien porque no tuvieron tiempo ni para sacar los chalecos de sus bolsas de plástico. O porque estaban ya muertos.

El responsable de la investigación, Alain Bouillard, confirmó otros datos, pero no aventuró el que todos buscan: qué es lo que causó que el avión se viniera abajo. Para eso "hay que esperar" aún, dijo.

La situación meteorológica no era buena: hacía mal tiempo, tormentoso, con turbulencias, pero tampoco excepcionalmente malo. Bouillard la definió como una "situación climática clásica" de esa zona en junio. Ahora bien: un vuelo de la compañía española Iberia, que pasó por ese mismo sitio poco después que el Airbus, modificó su ruta prevista para sortear la tormenta. No así el piloto del avión accidentado, que se mantuvo fiel a la ruta predeterminada.

El avión emitió esa madrugada, desde las 2.10 a las 2.15, veinticuatro mensajes automáticos. Éstos describen una progresiva y determinante serie de fallos en el sistema central del aparato: se dislocan los medidores de velocidad, que muestran datos contradictorios y que acarrean lo que sigue: se desconecta el piloto automático, se vuelve al mando manual...

Bouillard aseguró que no puede asegurar que lo que falló fueran las sondas Pilot encargadas de medir la velocidad del avión y puestas en cuestión por algunos pilotos. Tampoco, añadió Bouillard, puede asegurar lo contrario, esto es, que estas sondas, una especie de pistolas que se adhieren a la cabina del avión en dirección al vuelo, no tengan nada que ver. "Eso es lo que estamos investigando ahora", añadió.

Antes, a la 1.40, la tripulación intentó ponerse en contacto con el puesto de control de Dakar. No pudo debido a que los técnicos de este país no se encontraban advertidos. La agencia de investigación sostiene que Brasil intentó "efectuar el traspaso de vuelo" a fin de que fueran los técnicos africanos los que se encargaran de su seguimiento. Pero Dakar no consignó el mensaje. No se sabe aún por qué. Bouillard no lo precisó. De hecho, quien dio la voz de alarma de que el avión había desaparecido fue la estación de seguimiento de Madrid. "Eso pudo retrasar un par de horas las labores de rescate", precisó Bouillard.

Con todo, poseen pocos elementos "para completar el rompecabezas". A los investigadores les faltan piezas. Muchas se esconden en la caja negra, hundida en medio del océano. Desde el martes, la batería que emite una señal localizadora puede haberse agotado. Si no lo ha hecho, lo hará pronto. La buscarán sólo hasta el 10 de julio. Más allá sería inútil.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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