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Columna
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Hola campeón

En un partido político como el PP cuesta trabajo tomarse en serio lo que llamo cruzada contra la corrupción. Son muy difíciles de creer. La selección que realiza de estos casos y sus apuestas constantes a favor de quienes les dan su apoyo terminan por hacer poco creíbles sus discursos.

Los casos de alcaldes del PP en la costa malagueña, el de Carlos Fabra en la costa dorada y lo que se va extendiendo por toda España en el caso Gürtel hacen pensar que les iría mejor limpiar su casa antes de iniciar cualquier andadura por la ajena. No es que no puedan hacer estas andaduras, sino, sencillamente, que no son creíbles sus posicionamientos ya que espiguean supuestos para elegir unos sobre otros, en función de sus intereses personales y no en función de los hechos sobre los que, dicen, querer actuar.

Hay una falta de coherencia y una falta de sinceridad en sus actuaciones repugnantes. Andalucía es un ejemplo más en este mar de incoherencias y de embustes del que escribo y de las que su presidente, Javier Arenas, es su representante.

Últimamente ni sonríe ni dice a nadie "qué pasa campeón". Es normal que esté así. Ni las elecciones europeas le permiten celebrar un éxito más teórico que real, como ha puesto de relieve su compañera Esperanza Oña. Un éxito sólo virtual; sólo ha dado lugar a que le llamen el recortador (se dice que quien se acerca pero nunca gana). Si hoy se celebraran elecciones en Andalucía, el PSOE seguiría obteniendo mayoría absoluta. Ni la malograda querella que su grupo ha presentado en Madrid contra el vicepresidente tercero del Gobierno y una de sus hijas, le permiten sonreír. Está serio. No hay campeones a su diestra ni a su siniestra. Además no sólo ha perdido la confianza de algunos de sus compañeros, también parte de sus votantes. Así lo ha puesto de manifiesto una encuesta que El Correo publicó hace unos días, en la que el 55% de los votantes del PP no quiere que Javier Arenas sea su candidato a la Junta de Andalucía. Se considera una necesidad su relevo, si es que quieren tener algunas posibilidades de éxito.

A los ciudadanos en general, por muy constantes que sean las amenazas criminales de unos políticos contra otros y en cierta medida las acepten, no les gusta nada que terminen mezclando a los hijos para sacar rentabilidad política. Menos cuando las denuncias se celebran a bombo y platillo y menos aún cuando éstas luego se retiran y evidencian su pantomima.

Hace 13 años, en un artículo que se publicó en El Mundo con motivo de la campaña electoral de 1996 y que se titulaba "El hecho diferencial andaluz", se decía que Arenas tenía "labia, simpatía, desparpajo y hasta la dosis homeopática de poca vergüenza para hacer política en España". También, con cita de Pío Baroja, en otro artículo de fecha posterior, Antonio Burgos, entre otras cosas, escribía de este personaje que pasar de Sevilla a Madrid era determinante para que sus paisanos dejaran de llamarle "Javierito" y le llamaran "hombre, don Javier". Quizás lo tuvo, pero desde el desahucio del gobierno del PP y de su exilio forzoso a Andalucía ha perdido ese "don".

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Ya no sonríe y, a diferencia de Mariano Rajoy, que ha perdido dos elecciones, don Javier lleva perdidas tres y sigue pidiendo una cuarta. Después de todo, a lo mejor no es "a la tercera va la vencida" sino "a la cuarta", y cambie el refranero español. Claro que, si de verdad, no quiere pasar a la historia como el perdedor andaluz, sino como ese "don Javier" que ganó en Madrid, debería empezar por respetar a quienes se han ganado el respeto en Andalucía y no andar con unas querellas que se las presenta Trillo -menudo favor le ha hecho-, que desconoce se han presentado y que, a su vez, es Mariano quien las retira, es normal que no sonría y le cueste aquello de "hola campeón".

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