Coches
Quizá he contado ya esta historia. Si es así, lo siento: se trata de una simple anécdota, una más sobre Berlusconi.
Una mujer andaba por Corso Rinascimento, en Roma, cargada con la cesta de la compra, cuando pasó por la calle la larga comitiva de coches oficiales, blindados, relucientes, flanqueada de policías en moto, con la que Il Cavaliere se desplaza por la ciudad. La comitiva se detuvo, y de uno de los automóviles emergió Berlusconi, sonriente, para invitar a la señora (incluso desde lejos se la veía asombrada y fascinada) a viajar con él. La señora aceptó y subió. La comitiva dio media vuelta y la acompañó, supongo, hasta su casa. O a una fiesta, quién sabe. Estoy convencido, en cualquier caso, de que la señora se sintió bendecida por la fortuna. No tanto por la amabilidad de Berlusconi, especializado en gestos micropopulistas, sino por sentirse parte de la comitiva, de la distinción, del poder, de ese mundo del que disfrutan unos cuantos elegidos.
La anécdota viene a cuento por la propuesta de la Federación Española de Municipios y Provincias. La FEMP sugiere a los alcaldes, concejales y demás autoridades locales y provinciales que, "de forma experimental y durante seis meses", prescindan del coche oficial un día por semana y utilicen el transporte público. La pregunta es obvia: ¿no podrían prescindir todos los días del coche oficial? Sí, claro que podrían. Pero no querrían. El coche oficial no es sólo un instrumento de trabajo, una medida de seguridad o una remuneración en especie a cargo del contribuyente. Aunque sea todo lo anterior, es, sobre todo, un símbolo de estatus social, una barrera que separa a la sociedad de sus dirigentes y marca la diferencia entre unos y otros.
No hace falta recurrir a la literatura del Siglo de Oro para descubrir lo mucho que importa la pompa (y lo poco que importa el dinero del contribuyente, la vieja "pólvora del rey") a la clase dirigente española. Y lo penoso que le resulta confraternizar con la gente de a pie. Y lo asumido que tenemos todos que las cosas son así.
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