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AL CIERRE
Columna
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Nueva identidad

Se despertó y vio la cama de su compañera de cuarto vacía. Estaba la ropa intacta y los medicamentos en la mesilla de noche. Preguntó a sus compañeros de piso si sabían algo de Laura.

-¡Se la llevaron! No la dejaron siquiera avisar a su hijo. La cogieron en la calle y la deportaron. Su hijo se quedó solo en Barcelona.

-¿No estaban deteniendo únicamente a hombres?

-Ya no, así que anda con cuidado porque los policías van vestidos de paisano. Cuando salgas de la faena te vienes directito a tu casa. ¿Me escuchaste?

Martha sacó su tinte L'Oréal y se pintó el cabello de rubio, fue la primera vez que agradeció tener la tez blanca como su tía Norma, la solterona que se fugó con el curita del pueblo y que tantas vergüenzas le hizo pasar a su familia. Menos mal que con mechas parece andaluza de Badalona y logra pasar desapercibida. Sacó también su maquillaje Maybelline y tapó el ojo morado y los rastros de la golpiza que le propinó su pareja, un hondureño que arrepentido le dijo: "Estoy muy tenso porque perdí el trabajo". El médico que la atendió la convenció para que denunciara. Se armó de valor y lo hizo. El juez dictó sentencia al maltratador y nunca antes una deportación le había sonado tan dulce.

Con la recesión, sus hombres dejaron de picar piedra para empinar el codo
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Su cama le queda ahora grande, también la de Nayelli, Lucía, Elba, Lidia y tantas otras que se están quedando solas, muy solas. Cuando empezó la recesión, sus hombres dejaron de picar piedra para empinarse una Xibeca, "¡borrachos!". En su condición de parados, no se movían ni para hacerse un bocadillo, "¡holgazanes!" . Cuando los deportaron o regresaron voluntariamente a Bolivia, Ecuador o Perú, ellas no lloraron su ausencia, tan sólo el gran peso económico que les cayó encima.

Al día siguiente que Laura desapareció, Martha se personó en el bar de don Antonio, un catalán que le había propuesto sacarle los papeles por 1.500 euros, "precio especial en época de crisis", obligándola a trabajar 12 horas diarias cobrando sólo 400 euros al mes. ¡Lástima que a él no lo quiere denunciar!

"¡Hostia! ¿ahora de rubia guapa?", le dijo. Martha tuvo que apechugar, porque si no fuera por L'Oréal, no tendría nueva identidad en este Sant Joan.

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