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El pueblo fantasma más lujoso

La marina para la Copa del América atrae y defrauda a los turistasLos empresarios deploran el cierre de la marina

Ignacio Zafra

Robin Hague y Prudi Brewer son jóvenes, guapos y parecen sofocados. Han recorrido a pie, de una punta a otra, la marina del puerto de Valencia. Lo que la oficina de turismo de la ciudad sigue llamando Port America's Cup, y Brewer, natural de un pueblo al sureste de Londres, ha dado su propio nombre: "Esto es un pueblo fantasma". Y su marido: "Seguimos la Copa del América por televisión y todo tenía un aspecto fabuloso. Es cierto que han pasado dos años, pero pensábamos que quedaría algo. Y no. Es como si hubiera venido una tormenta y se lo hubiera llevado todo". "Y ahora disculpa", dice Hague y la vista se le va hacia la primera terraza del paseo marítimo, "pero necesitamos sentarnos y tomarnos una cerveza, o quizá dos".

Para decepción de los visitantes y desesperación del sector turístico de la ciudad, la marina construida para las regatas de 2007 (cerca de 230.000 metros cuadrados, 500 millones de euros en obras) está vacía, sin bares, ni tiendas, ni actividad. Desde el edificio de Veles e Vents, el icono de la Copa diseñado por David Chipperfield, la dársena, con las bases de los equipos intactas, parece un recuerdo. Una foto del momento álgido de la fiesta vista a la luz del día y con una seria resaca.

Lo peor, según los expertos, no es el dinero que la ciudad ha dejado de ingresar por la explotación de la marina en los últimos dos años (con la brevísima reactivación del premio de Fórmula 1) sino el precio que Valencia puede pagar como destino a medio plazo. "En turismo, lo peor que se puede hacer con un visitante es defraudar sus expectativas. Porque cuando vuelva y dé su opinión cargará las tintas", afirma Emili Obiol, profesor de Geografía y Turismo en la Universitat de València."Para él, la ciudad debería tener el músculo suficiente como para mantener esa zona como espacio de ocio, "como un centro que mantuviera encendido el espíritu de la Copa América".El profesor Obiol considera que "no se puede abandonar así un icono de los últimos tiempos". "Denota falta de profesionalidad y un déficit del negocio", añade.

Se trata, apunta Miles Roddis, autor de la guía Lonely Planet sobre Valencia, del debate al que se enfrentan todas las ciudades después de un gran acontecimiento deportivo. "¿Qué hacer con los grandes edificios que durante dos semanas o un mes han sido el centro de atención. Creo que Valencia todavía no sabe qué hacer con una zona que representó una inversión inmensa. Debería mirar lo que hizo Barcelona después de los Juegos Olímipicos. Abriéndose al mar, aprovechando la zona olímplica y explotando la marítima".

Roddis está en Valencia terminando una nueva edición de la guía, e imagina perfectamente lo que Robin Hague y Prudi Brewer, y muchos otros turistas que siguen legando a la marina, deben pensar en el trayecto desde la Torre del Reloj hasta el principio de la playa de la Malva-rosa. "He ido dos días a Veles e Vents últimamente y las dos ocasiones estaba totalmente muerto. La única persona con la que me encontré fue una chica muy maja de seguridad". "Mi gran esperanza", añade, "es que en verano tome vida. Y no tanto por los turistas como por los propios valencianos, muy dados a salir por las noches".

En realidad en estas ya muchas semanas de buen tiempo que la ciudad lleva a sus espaldas tras el invierno, no todo ha estado cerrado en la marina. Cerca del Veles e Vents (que echó el cierre en noviembre y sólo ha abierto desde entonces para celebrar bodas, comuniones y otras fiestas de guardar) hay un restaurante cuyo dueño, sin embargo, prefiere no decir nada en tanto no se resuelva el concurso convocado para reabrir un puñado de locales.

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Pero cualquiera metido en el mundo de la hostelería puede relatar el tormento que soportaron los dueños de los establecimientos abiertos a principios de 2007 que decidieron aguantar el tirón una vez terminadas las regatas, empantanada judicialmente la Copa, y sacudida la zona por centenares de camiones de las obras del puerto y las del circuito de F-1. Hasta que uno detrás de otro fueron cayendo. Todos salvo el 39º 27N, un local que se benefició de su envidiable vista sobre el mar y la playa de la Malva-rosa, y de su emplazamiento periférico de la marina, ajeno por tanto a buena parte de sus tribulaciones. "Se ha perdido una gran oportunidad", afirma un empresario, "¿cómo convencemos ahora a la gente de que vuelva?".

"La marina es un activo importantísimo", señala Luís Martín, portavoz de Unión Hotelera. "Creo que el problema que ha habido ha sido el impasse de la Copa del América, si viene, si no viene. Y un impasse no es positivo para el turismo. Lo que hay que hacer es convertirlo inmediatamente en un producto turístico". El consurso convocado para reabrir algunos locales es bien recibido por la Federación Empresarial de Hostelería de Valencia. Pero Vicente Pizcueta, su portavoz, pide que el concurso no se separe del debate sobre la franja litoral. Ni de los servicios (los transportes por ejemplo) necesarios para que la marina reviva.

No sólo los turistas y los empresarios que viven de ellos han sufrido lo que en la práctica ha sido el cierre de la marina. Hace ahora dos años el lugar lograba atraer cada fin de semana a más de 100.000 personas. Y la mayoría no eran extranjeros, ni acudían a seguir las regatas un poco más de cerca. Se trataba de gente de la ciudad y de municipios cercanos que quería pisar esa nueva zona de Valencia, uno de los pocos legados tangibles de la era de los grandes eventos.

La marina Juan Carlos I, desde el edificio Veles e Vents, en el esplendor de su soledad.
La marina Juan Carlos I, desde el edificio Veles e Vents, en el esplendor de su soledad.JESÚS CÍSCAR

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.

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