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Columna
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Bochorno y frustración

Los años de la Xunta bipartita fueron una experiencia extraña e intensa. Para el conjunto del país fue un ensayo al que asistió, ¿era posible una alternancia en el poder autonómico o no? Hace un par de meses la conclusión a la que llegó la mayoría del censo fue que no y votó en consecuencia. Pero para una parte del electorado, el que conservaba la ilusión en las virtudes de un Gobierno progresista para transformar Galicia en un país más cívico y mejor ha sido una experiencia devastadora.

Es verdad que la imagen de ese Gobierno fue deliberadamente ensuciada por una campaña lanzada por los que ahora ocupan su lugar, pero lo que es cierto es cierto. Esta semana hemos leído informaciones que no son desmentidas sobre sillas para conselleiros más propias del trono de un emirato petrolífero que de una institución democrática. Son significativas del distanciamiento de la sociedad y de una cultura política rancia, provinciana y acomplejada que anida en algunos socialistas. Una verdadera lección de incivismo. Pero más vergüenza produce todavía la revelación de cómo el BNG transgredió descaradamente las leyes de limpieza y transparencia prometidas con empresas fantasma, que sólo pueden ser vistas como tapaderas para la financiación irregular del partido.

Las empresas fantasma del BNG sólo pueden ser vistas como tapaderas para financiar el partido

Cierto que el PP es el gran protagonista últimamente de los escándalos de financiación ilegal y corruptelas pintorescas. Es un partido de base granítica pero está atrapado en una película de trajes, espías y tesoreros millonarios. Pero sucesos semejantes los ha habido en todos los partidos, el PSOE ha tenido sus escándalos de financiación en los años noventa y actualmente es ERC en Cataluña quien está siendo señalada por actuaciones parecidas. Sin duda, hay para todos o casi. Pero en el caso del Bloque esa imagen que demuestra la pérdida de toda inocencia, su transformación en un aparato semejante a los demás partidos, con sus necesidades de financiación y sus peleas internas por ocupar cargos y asegurarse puestos en las listas, coincide con el resultado de las elecciones europeas.

En Galicia es el único resultado electoral significativo, pues el PP y el PSdeG obtuvieron los votos previsibles. El Bloque puede aducir que ha sido una campaña marcada por la tensión bipartidista, pero eso no le ha impedido a otras fuerzas nacionalistas en Cataluña o Euskadi conservar el tipo. Ese fracaso electoral no es otra caída más de una sucesión de reveses, sino que evidencia la crisis profunda de una opción política. El Bloque se acerca de nuevo a ser una opción minoritaria que no influye en la sociedad ni representa a sectores cuantitativamente importantes.

Lo paradójico es que nunca hubo tantas personas en Galicia que se sienten ciudadanos gallegos, nunca hubo tanta conciencia cívica gallega, nunca tantos votos posibles para una opción galleguista y de izquierda modernizadora. Eso reflejan las encuestas y eso se ve a nuestro alrededor. Aunque ahora vengan malversadores a utilizar la Xunta contra los objetivos para los que fue creada, la autonomía dio sus frutos. Hoy Galicia es más cívica y los gallegos tienen más orgullo de serlo que hace treinta años, cuando, contra el "aldraxe", nos movilizamos y ganamos el autogobierno y el reconocimiento nacional.

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Es en este contexto donde el BNG ha ido agotando la confianza de sus electores posibles, que le van diciendo elección tras elección que están dispuestos a dar un voto a un partido galleguista y progresista y ése no es el Bloque. Pero, siendo éste la única organización de matriz gallega existente, se crea un bloqueo histórico: hay un galleguismo en la sociedad que no se puede expresar adecuadamente, que utiliza al Bloque de forma instrumental a veces sí o no y cada vez menos. Pero la relación instrumental, el cinismo en las relaciones, no dura eternamente, hay un electorado progresista que se siente frustrado y avergonzado. Frustrando las esperanzas y las energías más constructivas no se construye país alguno.

Las elecciones europeas evidenciaron, una vez más, la distancia entre el mundo de ideologías e ideas del BNG y la sociedad, era demasiado evidente que como organización no creen realmente en el proyecto de la Unión Europea. Y las personas necesitamos creer en algo y que nuestros partidos crean en algo que sea posible y real, no en sueños que caducaron hace décadas. Eso es estar muerto. Estar vivo es vivir entre la gente, en nuestra sociedad y en nuestro tiempo.

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