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Los ‘malos’ más escurridizos

Los mafiosos se camuflan entre turistas y casas ilegales de la Costa del Sol

Juana Viúdez

Sabían que andaba por Benalmádena (Málaga) invirtiendo en discotecas y restaurantes, pero nunca daba la cara. Todas las gestiones las hacían sus primos o hermanos y cada vez que les seguían con la esperanza de que les condujera hasta él, regresaban sin una triste información que sirviera para dar con su paradero. Era 2001, y los agentes de la Unidad contra las Drogas y el Crimen Organizado de la Costa del Sol (Udyco) andaban detrás de Farid Berrahma, un maleante de origen argelino cuya fama de sádico había cruzado fronteras.

La Policía francesa le atribuía 40 asesinatos en los que se emplearon técnicas para aumentar el dolor. "Nadie quería dar información sobre él. Todos le tenían miedo", recuerda uno de los inspectores que le investigó. Farid Berrahma, alias Fafá, se refugió en la Costa del Sol porque su vida corría peligro en Francia. Ya habían intentado matarle, pero fue su chófer quien recibió las balas. Un encuentro con la Policía no era de lo peor que podía pasarle.

Sophiane Hambli regresó porque le habían robado una carga de droga
Un soplo hizo que Musurici huyera poco antes de que fueran a detenerle
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Bien sea por discretos, peligrosos o hábiles para escabullirse a la mínima sospecha, la Policía se encuentra con mil y una trabas para llegar hasta los delincuentes mejor escondidos en la Costa del Sol.

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Lo peor es dar con sus domicilios. "Las construcciones irregulares hacen que no tengamos mapas actualizados de muchos lugares, tampoco hay control de los alquileres y, lógicamente, los malos se emplean en permanecer en un discreto segundo plano", explica otro inspector especializado de crimen organizado. No dan su nombre cuando van a comprar un coche o contratan un teléfono, por eso, hay que agudizar el ingenio. "Hemos llegado a ir poste por poste hasta dar con la casa del malo porque sólo teníamos el número de teléfono", añade.

A Fafá, de 34 años, terminó descubriéndole su faceta más tierna. Le gustaba acompañar a sus dos hijos a coger el autobús del colegio, así que se plantaron en la parada. Su rostro enjuto, acompañado de un cuerpo menudo, echaba por tierra la imagen que se había construido, pero más aún, su reacción cuando vio a los agentes. "Se puso a llorar, nos dijo que el asesino de la familia no era él, sino su hermano", recuerdan. Estuvo en prisión cuatro años, consiguió la libertad "por un problema de salud", y volvió a las andadas en MarsellaLas conversaciones telefónicas de Fafá, recogidas en la prensa francesa, no tienen desperdicio. Para él, los ajustes de cuentas eran "cumpleaños" o "fuegos artificiales" y las víctimas "damas de honor" o "novias". Este siniestro juego de dobles sentidos, casi siempre ligado a venganzas por tráfico de drogas, desembocaba en frases sin sentido para un oído profano como "las damas de honor han comido langosta como se esperaba".

Los policías están habituados a trabajar con estas falsas apariencias. Los cambios de identidad, aspecto, o actividad del maleante son para ellos una constante. Saben que la imagen de sus ficheros casi nunca corresponde con el aspecto de los más buscados. Por eso, cuando tienen sospechas, recurren a agentes de otros países o investigadores que sean capaces de reconocerles. Si media el bisturí, al más puro estilo del narco mexicano, la cosa se complica.

"En 2006, buscábamos dos rusos acusados de asesinar a un cargo político y lo único que sabíamos era que se movían por Marbella", recuerda una agente de la unidad antimafia. Tenían sospechosos, pero las facciones de sus rostros no encajaban con la descripción. "Me crucé con uno de ellos y se me ocurrió llamarle por su nombre", relata. "Debí pillarle desprevenido porque se giró y contestó".

Ambos se habían hecho una cirugía facial completa y el parecido con las fichas policiales era más bien escaso. Tuvieron que indentificarles con pruebas de ADN, porque también se habían alterado las huellas digitales. Estaban entre los diez más buscados de la INTERPOL. El miedo a ser detenidos, o a perder la vida por un ajuste de cuentas, no es suficiente para mantenerles alejados del mundo delincuencial. Muchos se descubren cuando se cansan de estar escondidos y vuelven a reorganizarse. Sophiane Hambli, experimentado narco de 33 años, no aguantó más y apareció por Marbella a comienzos de año. Sabía que la Policía llevaba detrás de sus pasos desde 2003 por el caso de blanqueo de capitales Ballena Blanca, pero sus ansias por dirigir los negocios pudieron con él. "Dejó a su hermano al frente, pero hacía poco que unos ingleses le habían robado un cargamento de 5.000 kilos de hachís y tenía que poner orden", cuenta un agente.

El Grupo de fugitivos de la Policía Nacional le detuvo en marzo durante una visita a un establecimiento de náutica de Puerto Banús. No era la primera vez que le detenían en la Costa del Sol. En 2002, ya le habían puesto los grilletes, también en Marbella, durante la compra- venta de un coche. Fue extraditado a Francia pero consiguió fugarse de la prisión de Metz tras amenazar con una pistola a un policía. Los investigadores sospechan que vivía a caballo entre Málaga y Marruecos, vía de escape para cuando las cosas se ponían feas.

Un soplo, que probablemente llegó de sus contactos con la Policía italiana, hizo que Vincenzo Musurici, de 59 años, abandonara Marbella precipitadamente en 2002. Como Hambli, se dedicaba a importar grandes cantidades de hachís y tenía implicada a parte de la familia. Su hijo, hoy en busca y captura, le ayudaba en las transacciones.

Después de varios meses siguiéndoles la pista, los agentes del crimen organizado consiguieron que sus colegas italianos viajaran a la Costa del Sol para identificar a su banda. Cuando todo estuvo listo, Musurici puso tierra de por medio. Regresó al tiempo, cuando pensó que las aguas se habían calmado. Le detuvieron durante una reunión con otro traficante.

El final de este narco italiano, como el de muchos otros jefes del crimen organizado, aparece íntimamente ligado a su forma de vida. Cuando recobró la libertad le prepararon una cita sorpresa a la que no sobrevivió. "Posiblemente tenía deudas de grandes cantidades de droga que dejó de pagar al estar en prisión", barajan los agentes.

El 18 de enero de 2005 a las 20.00, un motorista le pegó un tiro en la nuca en una urbanización de la milla de oro marbellí. Sus hombres no esperaron mucho para vengar el crimen. El motorista apareció a los pocos días en una cabina de teléfonos de Roma con otro tiro en la cabeza.

Farid Berrahma, Fafá, también tuvo su final de fuegos artificiales. Le mataron el 4 de abril de 2006 en un bar de Marsella. Veía un partido de fútbol entre entre el Milán y el Lyon cuando una docena de tipos comenzaron a dispararle y convirtieron el local en una verdadera carnicería. No le dio tiempo a sacar la pistola.

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Sobre la firma

Juana Viúdez
Es redactora de la sección de España, donde realiza labores de redacción y edición. Ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria profesional en EL PAÍS. Antes trabajó en el diario Málaga Hoy y en Cadena Ser. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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