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Columna
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Feijóo en el avispero

Todo parece apuntar a que la cuestión lingüística va a polarizar el debate político en la presente legislatura. Sin duda Núñez Feijóo (NF) y sus asesores consideraron que ya se había instalado en la sociedad gallega la idea de que el conocimiento o el uso del gallego son molestias evitables. En realidad, la pretendida imposición del gallego -al parecer la dictadura lingüística comenzó exactamente el mismo día en que el PP se retiró del consenso lingüístico: con Fraga todo era libertad y flores en el jardín- trabaja sobre ese sentimiento que, en efecto, posee una parte de la sociedad gallega, bien por conservadora, por compartir la ansiedad de la derecha por la vuelta a la España eterna, bien porque entiende que el gallego, en la línea de los prejuicios heredados, es signo de un atraso a eliminar.

La destrucción ha sido enorme, y uno no puede dejar de quedarse pasmado ante la naturalidad con la que ha sido recibida

Que ese juicio haya sido acertado es, sin embargo, asunto muy discutible. No faltan los que opinan que Feijóo se ha metido en un avispero del que le costará trabajo salir y tampoco los que sugieren que la cuestión va a ser el principal de sus Waterloos. Es cierto que el nuevo gobierno popular apenas si da signos de saber qué hacer con nada -desde la Cidade da Cultura hasta el hospital de Vigo, pasando por el agravio a Pontevedra o los constantes desmentidos de Feijóo a las afirmaciones de sus conselleiros- pero el desnorte en este asunto parece ser supino. La última ocurrencia es la de hacer una consulta, en pleno mes de junio y con los institutos ya echando el cierre, a ¡trescientos mil padres!

Desde luego, en los próximos meses la sociedad gallega será llamada a decantarse. No es seguro a pesar de la fiereza fanática con la que defienden sus posiciones -invito a los lectores a entrar en los foros de Galicia Bilingüe (GB) para comprobar de qué se trata- que vayan a llevarse el gato al agua aquéllos que piensan que el gallego constituye un folclorismo a dejar atrás, como los carros de vacas dejaron paso al tractor. Un argumento, por cierto, del que es posible encontrar muchas variantes. El que hace equivaler el castellano a la Ilustración y la Modernidad, y el gallego y los otros idiomas peninsulares al Romanticismo y al llamado de la Tribu no es, por cierto, ni el más inteligente ni el más original, aunque lo sugiera Fernando Savater. Pero ni Robespierre, ni los otros jacobinos destacaron por su mesura ni por su afición a la concordia.

Si uno considera la historia de España es claro que la sociedad civil y la lucha por la libertad ha estado siempre del lado de los defensores de la diversidad. Pero es la ideología y no el empirismo lo que domina ciertos paisajes mentales. Lo natural, supongo, sería considerar que el gallego y los otros idiomas no castellanos también son españoles y que sus hablantes también lo somos, y que, siendo también hijos de Dios, nos alcanza alguno de los derechos que la Constitución ha dispuesto, salvo que se nos cuente de modo irrevocable entre los réprobos y que se deba interpretar que el mero hecho de hablar en gallego lo convierte a uno en un independentista encubierto, con quién sabe qué malévolas intenciones.

No cabe discutir, sin embargo, que el número de los que hablamos en gallego ha descendido de modo abrumador en los últimos veinte años, hasta el punto de que por primera vez en la historia de Galicia es mayor el porcentaje de castellano hablantes. Sobre todo en las ciudades el proceso de sustitución ha llegado a tales extremos que, al menos en los centros urbanos, ya no es tan fácil escucharlo en boca de alguien. Negar esto sería una necedad o una irresponsabilidad. Ha pasado con esto lo mismo que con el paisaje costero o con el urbanismo de la mayor parte de nuestros pueblos y ciudades. La destrucción ha sido enorme, asombrosa, y uno no puede dejar de quedarse pasmado ante la naturalidad con la que ha sido recibida.

Es evidente que está habiendo una defección masiva que amenaza con convertir al gallego si no en una lengua muerta, sí muy minoritaria. Dado que la decisión de su uso es ya consciente -y no la simple resultante de un medio ambiente- lo que nos estamos jugando en este momento es si, como quiere el gobierno conservador y toda la España carpetovetónica, hemos de darle ya el carpetazo, convertirlo en una mera asignatura para cubrir el expediente, a la espera de la consunción definitiva, o si todavía queda una masa crítica que quiere darle una oportunidad.

Últimas noticias sugieren que el gallego ha encontrado un suelo en el único lugar en el que podía hacerlo: en el de la voluntad de la gente. No sólo gallego hablantes, también muchos ciudadanos y padres castellano parlantes quieren que el idioma propio se conserve y mantenga y desean un futuro de libertad e igualdad entre ambos idiomas y entienden que el gallego puede ser el emblema de una segunda oleada de modernización del país. Así que cabe que el neofranquismo lingüístico de GB, NF y la patronal de los centros privados (en especial los cercanos al Opus Dei) se haya equivocado al anunciar la crónica de una muerte.

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